Aletheia, vol. 13, nº 26, e171, junio - noviembre 2023. ISSN 1853-3701
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Maestría en Historia y Memoria

Conferencia

Literatura y resistencia en el Brasil de hoy

Regina Dalcastagnè

Universidade de Brasília, Brasil
Cita recomendada: Dalcastagnè, R. (2023). Literatura y resistencia en el Brasil de hoy. Aletheia, 13(26), e171. https://doi.org/10.24215/18533701e171

Resumen: En noviembre de 2022 la docente e investigadora brasileña Regina Dalcastagnè visitó la Argentina con motivo de la presentación de su último libro titulado Un retrato sin pared: memorias, ausencias y confrontaciones en la narrativa brasileña contemporánea, publicado por la Editorial Mandacaru. En esa ocasión fue invitada por la Cátedras de Literaturas Lusófonas del Profesorado en Portugués, Depto. de Lenguas y Literaturas Modernas de la FaHCE-UNLP.

Palabras clave: Literatura brasileña, Crítica literaria y resistencia.

Literature and resistance in Brazil today

Abstract: In November 2022, the Brazilian teacher and researcher Regina Dalcastagnè visited Argentina on the occasion of the presentation of her latest book entitled Un retrato sin pared: memorias, ausencias y confrontaciones en la narrativa brasileña contemporánea, published by Editorial Mandacaru. On that occasion she was invited by the Lusophone Literature Chairs of the Portuguese Teachers, Dept. of Modern Languages and Literatures of the FaHCE-UNLP.

Keywords: Brazilian literature, Literary criticism and resistance.

Consecuente con los temas que la profesora Regina Dalcastagnè sostiene en su destacada trayectoria como docente, investigadora y militante, la conferencia que se reproduce a continuación parte de la pregunta por la exclusión de experiencias, sujetos y posibilidades estéticas que opera en el campo literario brasileño actual, para luego informar sobre un movimiento de ocupación de espacios de la cultura oficial que irrumpe desde los márgenes y muestra otras posibilidades narrativas, otro Brasil. “Contra el imperativo fascista” y superando las narrativas literarias que quedaron suspendidas en la representación de la angustia y la desolación por “los desastres políticos, económicos, sanitarios y de civismo” vividos en Brasil en los últimos años, estas nuevas narrativas no niegan las desigualdades sociales, recrean modos de supervivencia por fuera de los paradigmas fracasados y dan la voz a sujetos que se permiten imaginar un futuro habitable. La conferencia fue escrita y dictada en español por la propia Regina, un gesto traductivo que constituye una muestra más de su forma generosa para divulgar los problemas de la literatura y la cultura brasileña ‒los diversos grupos de investigadores y estudiantes que con ella trabajan dan cuenta de metodologías abiertamente participativas. Este gesto podría pensarse también como resistencia a los cercos impuestos por los mercados editoriales y de las lenguas en el mundo global, que operan a pesar de la mentada cercanía entre países. En suma, lo que sigue es un valioso trabajo de traducción y actualización de debates nodales sobre la cultura, la literatura y las políticas estéticas en el Brasil de hoy.

Regina Dalcastagnè: Buenos días a todos. En primer lugar, me gustaría agradecer a la profesora Caroline Kirsch Pfeifer por invitarme a estar aquí con ustedes. Es un placer poder compartir y discutir algunas de mis reflexiones sobre la literatura brasileña contemporánea, especialmente en este momento, cuando todavía estamos de fiesta, después de la elección de Lula y con la sensación de que lo peor de nuestra pesadilla ha pasado, incluida la pandemia.

La primera parte de mi intervención retoma algunos puntos abordados en el libro Un retrato sin pared, publicado por la Editorial Mandacaru, que se estrenará esta semana. Son reflexiones sobre las exclusiones del campo literario brasileño hechas a partir de amplios relevamientos sobre la novela e incluso sobre la crítica actual. Las otras partes traen consideraciones sobre las transformaciones más recientes experimentadas en la política y en el mercado editorial en Brasil. Cierro con la lectura de dos novelas muy recientes que establecen algunas proposiciones éticas y poéticas que me parecen bastante relevantes para el futuro del país.

***

Brasil es un país enorme, no solo por sus dimensiones espaciales, sino sobre todo por su diversidad cultural. Todos hablamos un solo portugués, insisten algunos, ignorando y deslegitimando las variedades regionales, los dialectos europeos, el portuñol de nuestras fronteras, las cerca de 300 lenguas indígenas que aún sobreviven en nuestro territorio –a pesar de que el genocidio de sus hablantes, que comenzó hace más 500 años, sigue, sin parar. No se trata, por supuesto, sólo de idiomas. El portugués no sólo adopta sintaxis y prosodias diversas, sino que abarca experiencias, sueños y valores muy diferentes, en el campo y en la ciudad, en la metrópoli y en el pueblo, en el asfalto y en las calles de tierra, en el interior y en la costa, en el Norte y en el Sur.

Por lo tanto, no es posible hablar de “literatura brasileña” sin problematizar ambos términos. Después de todo, ¿hasta dónde llega Brasil y qué aceptamos entender como literatura? El 30 de diciembre de 1904, Euclides da Cunha le escribía a su padre desde Manaus: “la sorpresa más consoladora para el sureño es darse cuenta de que este Brasil nuestro es realmente grande porque todavía llega hasta aquí. De hecho, cada vez estoy más convencido de que esta deplorable Rua do Ouvidor es el peor prisma a través del cual todos ven nuestra tierra”.

(Aclaro que la Rua do Ouvidor –la Calle del Ouvidor– se encuentra en el centro de Río de Janeiro y, en el siglo diecinueve y principios del veinte, era un espacio en el que se encontraban los intelectuales brasileños).

La crítica mordaz del autor apuntaba al riesgo de reducir la percepción de la realidad del país a una perspectiva tan estrecha. Lamentablemente, 120 años después, y usando la Rua do Ouvidor ahora solo como metáfora de la arrogancia de cierta élite intelectual en los centros más desarrollados del país, debemos seguir advirtiendo: Brasil ha llegado mucho más lejos de lo que solemos imaginar. Pero ¿quién, después de todo, lo imagina?

Recuerdo que la narración oficial sobre una nación suele implicar la elaboración de un consenso, o de una “comunidad imaginada”, en los términos de Benedict Anderson. La construcción de ese consenso se efectúa a través de la exclusión y el silenciamiento de todo aquello que causa disonancia, todo lo que señala la posibilidad de conflicto. Es una construcción que continúa haciéndose, sin parar, y que cuenta muchas veces con la cooperación de la literatura y de la propia historiografía literaria. Por eso me parece tan importante reflexionar sobre el lugar desde donde se imagina un país.

Para discutir la construcción de este imaginario suelo utilizar el concepto de “perspectiva social” de la filósofa política estadounidense Iris Marion Young. Según la autora, nuestra posición en la sociedad, determinada por el sexo, el color, la clase social, la generación, la orientación sexual y otros elementos, estructura ciertas experiencias, colocándonos en una posición a partir de la cual veremos e interpretaremos lo que sucede a nuestro alrededor.

Y esto tiene consecuencias directas en la escritura literaria, como he venido demostrando a partir de extensos relevamientos de novelas contemporáneas publicadas por las editoriales más importantes del país. Ya tenemos datos de autores y personajes de unas 700 novelas, que abarcan 40 años de esta producción. Lo que nos permite decir que, en Brasil, quienes tienen acceso a espacios legítimos de producción literaria forman un grupo muy homogéneo. Son casi todos blancos, muchos más hombres que mujeres, habitantes de grandes centros urbanos, especialmente Río de Janeiro y São Paulo, con títulos universitarios, en general periodistas o guionistas de televisión, académicos y artistas, gente de clase media, en fin. El mundo que recortan en sus narrativas está marcado por estas características. Sus personajes son muy parecidos a ellos, transitan por los mismos espacios urbanos y sociales, viven las mismas dificultades y aspiraciones. Y el público lector –que comparte, en gran medida, la posición social de los autores– consume las representaciones otorgadas por este recorte, muchas veces sin cuestionamiento alguno, desconociendo sus estrecheces y sus exclusiones.

Y no me estoy refiriendo, por supuesto, solamente a los propios productores literarios, o al mercado editorial. También la crítica es responsable del alejamiento de determinados grupos y de determinados temas de la esfera de lo “literario”.

En otra investigación realizada en la Universidad de Brasilia, analizamos un gran conjunto de artículos académicos publicados en algunas de las revistas brasileñas más prestigiosas en los últimos 15 años. Recopilamos datos sobre más de tres mil artículos, sobre sus autores y autoras, sus instituciones de origen, sobre su corpus, su enfoque, su bibliografía.

Entendiendo que los artículos de las revistas son reveladores de lo que se está investigando y se está enseñando en las universidades, vemos que se repiten los mismos temas, se estudian los mismos escritores, los mismos teóricos le dan marco a las discusiones. No es necesario decir que, una vez más, el perfil de lo estudiado y referenciado es masculino, blanco, eurocéntrico, etc. (Y aquí abro un paréntesis para remarcar que, al contrario de lo que ocurre con la producción literaria, donde tenemos menos del 30 % de autoras mujeres, en la producción académica somos mayoría, el 60 % de los artículos publicados son de autoría femenina. Justamente por eso los resultados son tan expresivos, y precisan ser discutidos entre nosotros).

Presento estos datos solo para recordar que nuestra literatura concierne a una “realidad” que excluye un mundo de experiencias, paisajes, lenguajes, problemas y también posibilidades estéticas. Lo que está en juego, por supuesto, no es la capacidad de algunos para construir narrativas y representar el mundo, sino la dificultad de lograr que el producto de este esfuerzo sea reconocido como literatura.

Carolina Maria de Jesus, por ejemplo, autora de una de las obras más impactantes de la narrativa brasileña, suele ser reducida a la condición de “testimonio”, justamente para ser alejada de la legitimidad literaria. Negra, recolectora de basura, empleada doméstica, “favelada”, tenía las señales equivocadas para ser admitida como creadora. Su lenguaje era poético y expresivo, pero huía de los patrones literarios aceptados. En vida, nunca fue, de hecho, incorporada en el campo literario, una categoría clave de nuestras investigaciones, extraída de la obra del sociólogo francés Pierre Bourdieu. Un campo es un espacio social con patrones propios de jerarquía y consagración, que tiende a excluir a los individuos que no se adaptan a sus reglas, especialmente a las que no se pronuncian. Ser pobre, mujer y negra eran signos negativos demasiados en un campo literario tan restringido y conservador como el brasileño.

Por eso mismo, entiendo que nosotros, profesores y críticos literarios, tenemos que reflexionar sobre nuestra manera de mirar el mundo, situarnos y actuar en él. Necesitamos reflexionar sobre qué estamos eligiendo legitimar como literario, qué estamos excluyendo cuando lo hacemos y por qué. Necesitamos pensar en nuestros propios límites y las fronteras que aceptamos recorrer.

Hablando de perspectiva, el historiador del arte Ernest Gombrich recordaba que “la mirada no dobla esquina”. Por eso, no podemos encastillarnos en las universidades y continuar hablando de lo mismo, de lo que está al alcance de nuestros dedos, de nuestra pálida imaginación. Es necesario ensayar otros pasos, lejos del conocido y del repisado, doblar la esquina para ver lo que nuestros ojos no alcanzan, perseguir por las veredas y callejones otra narrativa, otro Brasil.

Esto significa, por supuesto, abandonar la comodidad de la calle del Ouvidor –o la “perspectiva del porche” (los balcones de la casa grande, desde donde los señores de esclavos observaban la “senzala”, eso es, el alojamiento de africanos esclavizados), en los términos de Roberto Ventura.

Y lo que puede ayudarnos en ese movimiento es la escucha de autores y autoras provenientes de diferentes espacios sociales, con diferentes colores, otros intereses, profesiones, conocimientos, razones, sueños.

Junto a esto, es necesario reconocer que en los últimos años, a pesar de los desastres políticos, económicos, sanitarios y de civismo que hemos vivido en Brasil, se han producido algunas transformaciones importantes en el ámbito cultural y literario. En los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff, las universidades públicas duplicaron el número de vacantes, implementaron políticas de cupos para negros, indígenas y pobres, obtuvieron líneas de financiamiento que les permitieron permanecer en las aulas. Desde afuera, otras demandas de diversidad se fueron incluyendo en los debates públicos, ya fuera con las editoriales, las ferias del libro, los planes de estudio de los estudiantes, los gigantescos programas federales de compra de libros para las escuelas públicas, etc.

Una faceta importante del golpe de Estado de 2016 (que sacó del poder a Dilma Rousseff y arrestó al expresidente Lula para evitar que se presentara a las elecciones de 2018) fue precisamente el intento de contener el movimiento de democratización que, en cierto modo, se fortaleció en el país, especialmente con el acceso de los más pobres a la educación superior y con la valorización de los espacios periféricos de producción cultural. Los ataques que sufrimos iban dirigidos a los derechos de los trabajadores, pero también a los derechos de las mujeres, los negros, los indígenas, los quilombolas, los ambientalistas, los habitantes de las periferias, la población LGBT, los pobres. El objetivo era obstruir su inserción social y silenciar sus formas de expresión. No lo consiguieron, porque algunos lazos ya estaban consolidados.

La literatura brasileña, hoy, ya no está restringida a las grandes editoriales, no cabe en las grandes librerías, no se ajusta a la solemnidad de las grandes ferias literarias. Como práctica, se manifiesta en el día a día, en las calles, en los bares, en los autobuses, de contrabando en las escuelas, escondido en las mochilas o tarareando suavemente durante los recreos.

Con el surgimiento de nuevos recursos tecnológicos y, principalmente, con las inversiones realizadas en años anteriores en la formación académica, de sectores hasta ahora excluidas de los espacios de enunciación del discurso, es posible acompañar, en Brasil, una proliferación de pequeñas editoriales, revistas y sitios web literarios, colectivos negros e indígenas, organizaciones de mujeres y autores de la periferia; de grupos de lectura y debate crítico sobre la literatura. Es todo un movimiento que, desde los márgenes, se infiltra y confronta el escenario literario oficial.

Estas nuevas voces se refuerzan y multiplican dentro de lo que podemos llamar nuevas “prácticas literarias”. Aunque todavía menospreciadas, traen algunas aperturas en relación a las que se configuran en espacios más consagrados. Quizás haya, ahí, menos miedo a equivocarse, más experimentación, más proximidad a la experiencia del cuerpo y de la calle, más disposición (y, quién sabe, mayor “permiso”) a mezclar géneros y estéticas. En tiradas pequeñas, impresas y vendidas por encargo, expuestas en librerías-bares propiedad de los editores, estrenadas en ópticas y carnicerías, recitadas en veladas en la periferia, estas obras ensayan otras posibilidades de decir y generan un espacio de gran fecundidad creativa.

Siempre insisto en que quizás la principal contribución de los autores negros, indígenas, pobres y periféricos al conjunto de la literatura brasileña es su capacidad para exponer las fracturas de un proyecto de nación que pretende ser armónico y compartido, pero que se desmorona ante cualquier signo de desacuerdo. Su escritura es, desde el principio, una marca de disonancia. En medio de la escucha de estas voces, que inquietan y desestabilizan algunos discursos, es posible seguir la contaminación de una literatura que siempre ha sido muy blanca, muy masculina y muy burguesa por perspectivas que traen otros colores, otros lugares, otras formas de ver y relacionarse con el mundo. Son, por tanto, un espacio de resistencia cultural y política que necesita ser preservado, ampliado y profundizado.

El chaman y líder político yanomami Davi Kopenawa, decía que “los blancos duermen mucho, pero sólo sueñan con ellos mismos”. Hay que ver a los que sueñan a nuestro lado.

***

Pero en estos últimos cuatro años, más que los sueños de los otros, creo que hemos visto sus pesadillas a nuestro alrededor: bosques diezmados, pueblos indígenas y ambientalistas asesinados; jóvenes negros muertos en las periferias, mujeres golpeadas, violadas, asesinadas; personas de la comunidad LGBT siendo perseguidas, maldecidas, violadas; pobres arrojados a la miseria, un país arrojado de nuevo al hambre; muertes, muertes, 700.000 muertes por Covid, buena parte de las cuales se podrían haber evitado si la vacuna se hubiera comprado a tiempo, si hubiésemos tenido un gobierno que no se burlara de sus víctimas. Por no hablar del surgimiento de los más terribles discursos: racistas, homofóbicos, sexistas, a favor de la dictadura, la tierra plana, los nazis.

Ni siquiera puedo describir la locura de lo que vimos y escuchamos. Pero la literatura intenta e insiste. Muchos de nuestros escritores, de diferentes formas y con diferentes impactos, buscaron expresar las angustias actuales, la desesperación colectiva, la convivencia con la brutalidad y la grosería, sobre todo, la abrumadora sensación de que no había salida. Es posible citar infinidad de libros, incluso novelas, que rondan estos días y tratan de comprenderlos. Muchos tratan aspectos de la vida cotidiana, acercándose al terror, otros lo apuestan todo a la distopía.

Están tan desconsolados que acaban hablando poco de pequeñas estrategias de supervivencia, de la lucha diaria por seguir resistiendo. No hablan de discretos gestos de solidaridad, de intentos de tender la mano y, de alguna manera, proteger al otro. La contracara de este desaliento se encuentra en algunas obras que buscan, precisamente, abrirse al otro, cobijarlo.

Por tanto, me gustaría cerrar mi intervención aquí con dos ejemplos que me parecen muy potentes en este sentido. Libros que desgarran las entrañas de los hechos utilizando el lenguaje como herramienta. Las novelas La ocupación, de Julián Fuks, de 2019, y El sonido del rugido del jaguar, de Micheliny Verunschk, publicada en 2021, son, a mi modo de ver, construcciones poéticas, pero también una propuesta política.

La ocupación traza los caminos de un escritor en medio de la devastación social que lo rodea (y dentro de los edificios ocupados por el movimiento de los sin techo en São Paulo, el escenario principal de la trama). Pero, entremezclada con la urgencia de la narración, surge una propuesta, aunque personal y precaria, para la literatura de nuestro tiempo. La idea es dejarse ocupar por las historias de otras personas, por las ruinas de otras personas, incluso cuando también se está devastado.

Contra el imperativo fascista, el nacionalismo bárbaro y fingido, el libro se apodera de un conjunto de narrativas sobre inmigrantes, sobre exiliados, sobre desplazados de todo tipo, sobre estos miserables que muchos preferirían ver arrojados más allá de los muros, desde los muros vigilados de la nación. Personas con un pasado, una historia y un futuro por hacer.

Producida entre paredes firmes y protegidas, como dice el narrador, la novela pasa de “escribir sobre uno mismo” a abrirse al otro, revelando sus propias entrañas dolorosas. De ahí un cierto desorden, una falta de finalización, la necesidad casi explícita de no ser bello y ordenado. De ahí, también, la manifestación de la dificultad de transcribir las experiencias ajenas, vividas, incluso, desde lenguas extranjeras.

Al mismo tiempo, hay una invitación a la empatía del lector de clase media, que comienza precisamente con imágenes que entendemos mejor: un padre anciano agonizando en la sala de terapia intensiva, la narración lejana y triste de los bisabuelos en los campos de concentración, la primera vez que se oye latir el corazón de su hijo. A partir del contacto personal de un escritor de clase media con el sufrimiento de los más miserables, vamos mirando, o siendo mirados, por la “vida de los otros”, que buscan una trinchera donde cobijar su dolor y sus ganas de luchar.

Es cobijo, pero también no deja de ser un gesto de aproximación. Así, en medio del tumulto y el ruido de la gente que se encuentra en un edificio en ruinas, surge un rayo de esperanza. Y el escritor se deja contaminar y también sueña.

En El sonido del rugido del jaguar, Micheliny Verunschk da guarida a una niña indígena secuestrada en Brasil en el siglo XIX (la historia es real) y llevada, junto con otros, a morir en Alemania como un objeto exótico. Encontrada inicialmente en un grabado (busquen en google la expedición de Spix y Martius), la niña no es solo el molde de un personaje. Todo el texto gira para que la estúpida violencia que narra –de ayer y de hoy– evite herir una vez más a la niña robada, a la niña silenciada.

Para contar su historia es necesario recurrir a los registros de sus torturadores –grabados, documentos oficiales, informes, notas–, pero dejarla allí sería encarcelarla una y otra vez. De ahí la necesidad de interpretación y, más que eso, de imaginación. Verunschk, entonces, sopesa las palabras, investiga mitos, recrea bosques y ríos, los llena de sonidos, conjura animales. Finalmente, teje huecos oscuros a través de los cuales la niña podría escapar. Y la niña, “desencantada” en el papel, poco a poco se convierte en persona y jaguar frente a nosotros, para que sepamos que hay muchas otras historias posibles detrás de cada bello grabado, de cada documento, de cada titular de periódico, de cada línea de una novela.

Tanto Verunschk como Fuks –con narraciones que involucran el pasado más lejano y los hechos del ayer– hablan de los horrores del presente, de las desigualdades que nos forman, de la violencia que constituye nuestro país. Pero incluyen la resistencia en sus tramas y poéticas. Inclusive la resistencia ejercida por su propio objeto a ser dicho por otro.

De ahí la necesidad, en ambos libros, de explicar el proceso de escritura. Son obras que se ofrecen generosamente como espacio a ocupar. Es un gesto que parece fundamental en cualquier proyecto artístico y que envuelve la idea de esperanza. No la esperanza como un sueño vacío, sino como la fuerza para imaginar el futuro y tratar de transformarlo.

Incluso en las distopías más atroces, como en la novela O riso dos ratos (2021), de Joca Terron, por ejemplo, donde todo es ruina y destrucción, la esperanza parece persistir –o los personajes no seguirían insistiendo en sobrevivir–, pero en estos libros este movimiento tiende a ser absolutamente individual, sin lugar para expandirse. Quizás porque soñar el futuro en soledad es un delirio, o una pesadilla. De ahí la necesidad de un proyecto literario que también sea acogedor, que cobije el sueño y el dolor de los demás, que proponga soñar juntos, que propicie una lectura del mundo que se pueda compartir colectivamente, porque ya no será única.

***

Pero, no tomen lo que estoy diciendo como una idealización romántica del poder de la literatura. Soy plenamente consciente de sus límites.

Obtuvimos la victoria en las elecciones presidenciales de Brasil, pero los próximos años serán muy difíciles. En este momento, todavía hay brasileños en las calles, gritando enloquecidos, rezando bajo la lluvia, pidiendo la intervención militar, bloqueando el tráfico, atacando a otras personas, ¡algunos están haciendo el saludo nazi!

Son nuestros familiares, nuestros vecinos, tal vez compañeros de trabajo, amigos de la infancia. Parecen catatónicos y perdidos en su fanatismo; nos reímos, tratamos de ignorarlos y seguir con la vida. Pero son peligrosos, porque están siendo financiados para permanecer ahí y se los engorda, sin parar, con fake news.

Tendremos que lidiar con esta gente, con su discurso resentido y prejuicioso, muchas veces fascista, y sabemos muy bien que ninguna literatura puede enfrentar esto. Como investigadora y profesora de literatura entiendo que nuestro objetivo es otro, son sus hijos, sus nietos. Necesitamos garantizar que tengan una buena escuela pública, acceso a una educación superior de calidad, espacio para desarrollar su propia conciencia crítica. Necesitamos creer que pueden convertirse en socios en la defensa de la democracia y en la lucha contra las desigualdades.

Y es dentro de esta alianza que la literatura puede volver a tener sentido, como herramienta para una comprensión más amplia del mundo, como lugar de diálogo y aceptación de experiencias diferentes, como trinchera de lucha y cobijo de sueños de un futuro más digno.

La Plata, 28 de noviembre de 2022

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