Aletheia, vol. 13, nº 26, e157, junio - noviembre 2023. ISSN 1853-3701
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Maestría en Historia y Memoria

Dosier:
A 50 años de 1973. Argentina, Chile y Uruguay

El Perón que volvió: memorias en disputa. Un análisis comparativo de las obras testimoniales de Jorge Alberto Taiana, Miguel Bonasso y Juan Manuel Abal Medina

Luciana Mingrone

Universidad Nacional de Tres de Febrero , Argentina
Cita recomendada: Mingrone, L. (2023). El Perón que volvió: memorias en disputa. Un análisis comparativo de las obras testimoniales de Jorge Alberto Taiana, Miguel Bonasso y Juan Manuel Abal Medina. Aletheia, 13(26), e157. https://doi.org/10.24215/18533701e157

Resumen: Este trabajo presenta un análisis de las obras testimoniales de Jorge Alberto Taiana, Miguel Bonasso y Juan Manuel Abal Medina. El objetivo es observar las diferentes operaciones memorísticas que los autores ponen en juego a la hora de reconstruir la figura y el rol de Juan Domingo Perón durante el proceso abierto con la apertura electoral de mayo de 1971 hasta la muerte del viejo líder tres años después.

Palabras clave: Tercer gobierno peronista, Tensiones en discursos memorísticos.

The Perón who returned: memories in dispute. A comparative analysis of the testimonial works of Jorge Alberto Taiana, Miguel Bonasso and Juan Manuel

Abstract: This paper presents an analysis of the testimonial books by Jorge Alberto Taiana, Miguel Bonasso and Juan Manuel Abal Medina. The article’s main aim is to observe the different memory operations that the authors turn on when reconstructing the figure and the role of Juan Domingo Perón during the process opened with the electoral calling on May 1971 until the old leader’s death three years later.

Keywords: Third peronist government, Tensions in memory speech.

Introducción: historia y memoria a 50 años del tercer gobierno peronista

Las elecciones de 1983 pretendieron clausurar un largo período de más de tres décadas de violencias políticas e interrupciones del débil orden democrático construido en Argentina en el siglo XX. En la postdictadura, el “uso de la democracia como frontera fundacional contra el pasado de violencias políticas” como uno de los modos de sostener la ‘teoría de los dos demonios’ (Franco, 2014) obturó las voces de quienes habían sido parte de organizaciones político- militares.

La demanda de justicia que siguió a la sanción de las leyes de punto final y obediencia debida, primero, y los indultos, luego, restituyeron la legitimidad de los testimonios sobre el período 1966- 1983, siempre que sancionaran el uso de la violencia y reivindicaran el rol de la militancia de base de las organizaciones político- militares (los “perejiles”) en tándem con la condena a sus dirigencias. Así, durante la década de 1990 las obras testimoniales y memorísticas protagonizaron las producciones bibliográficas sobre lo que en Argentina se conoce como historia reciente (Brienza, 2007; Franco y Levin, 2007 y Chama y Sorgentini, 2010).

Cierta renovación temática, políticas públicas que impulsaron investigaciones científicas y la proliferación de nuevas fuentes y archivos hicieron, entre muchos otros factores, que en los últimos 20 años se consolidara el campo historiográfico dedicado principalmente a la década de 1970, extendiéndose luego a las décadas anterior y posterior. Este florecimiento de obras académicas sobre la historia- presente tuvo, sobre todo, la intención de ofrecer explicaciones para el trauma que había significado la represión legal e ilegal perpetrada por el “Proceso de reorganización nacional” (Jelin, 2002).

Ya se analizaron en varias oportunidades los debates que el afianzamiento del campo de la historia reciente ha generado tanto en la historiografía (Franco y Levin, 2007), como en la enseñanza de la historia (De Amézola, 2003). También se ha abordado la relación entre historia y memoria (Jelin, 2002; Franco y Levin, 2007), por lo que no desarrollaremos aquí tales contrapuntos. Pero, dado que el objeto de análisis de este artículo son tres libros testimoniales, debemos señalar perspectivas y posicionamientos sobre el saber histórico construido a partir de obras memorísticas.

Aunque la forma de representación del pasado que ofrecen esos testimonios se ajusta a un régimen de validación atado a la reproducción “fiel” de los acontecimientos, sabemos que esas memorias están recortadas por diferentes operaciones que actúan sobre qué se recuerda y qué se olvida. Con estas advertencias, se examinarán aquí los libros de Jorge Alberto Taiana, Miguel Ángel Bonasso y Juan Manuel Abal Medina que reconstruyeron el “tercer peronismo”.

Este trabajo no pretende corregir posibles “errores” ni contraponer los testimonios a una cantidad de fuentes que puedan impugnarlos en función a una “verdad” objetiva. Los autores son protagonistas y fuentes ineludibles, pero, lejos del fetiche del testimonio que privilegia la experiencia individual, buscamos comprender estas obras testimoniales en su dimensión subjetiva, evaluando intereses personales, caracterizando los contextos de enunciación y analizándolos a la luz del carácter cambiante de los sentidos del pasado.

El dinamismo de este convulsionado período obliga a pensarlo como una combinación de “tiempos cortos” y evitar los recortes esquemáticos del orden cronológico. Si bien se puede afirmar que, para comprender en profundidad la etapa, es necesario estudiar el proceso abierto con el derrocamiento y el exilio de Juan Domingo Perón en 1955, consideramos que el “73 argentino” nació con el Gran Acuerdo Nacional a mediados de 1971. Siguió con la campaña “Luche y vuelve” cuando se hizo factible la posibilidad del regreso de Perón, aunque no su candidatura, hacía fines de 1972. El siguiente mojón fue diciembre con el inicio de la campaña proselitista de la fórmula Héctor Cámpora- Vicente Solano Lima que los llevó a la Casa Rosada; continuó con el “interregno Lastiri” y la tercera presidencia de Perón y terminó con la ruptura evidente que significó su muerte en julio de 1974.

En este artículo se analizarán las formas en que Taiana, Bonasso y Abal Medina compusieron la figura de Perón y el rol jugado por el líder en ese período. Suponer que cada uno de los autores construyó “un Perón” no significa indicar que no hay ninguno, que no hay un “Perón verdadero”. Al contrario, todas estas fuentes son piezas de un rompecabezas múltiple y complejo, pero, además, el sistema de recuerdos/ olvidos de los autores habla de ellos mismos y de sus identidades políticas y agrega información sobre los horizontes de lo decible en el momento en que cada testimonio se produjo.

¿Quiénes y cuándo escriben?

Si, como indica Beatriz Sarlo (2005), el discurso de la memoria conforma el corpus principal de la historia reciente, para entrar a esas fuentes es necesario “historizar las memorias para comprender, no solamente su contenido, sino también su contexto de producción y la relación entre el pasado evocado y el presente vivido” (Boetto, 2015, p.53). En este sentido, se requiere señalar algunos elementos de sus condiciones de producción, circulación y su registro antes de analizar las memorias seleccionadas.

El ministro de Educación de la administración camporista fue Jorge Alberto Taiana, cirujano y médico personal de Juan Domingo Perón que había sido rector de la Universidad de Buenos Aires durante el primer gobierno peronista. El libro de Taiana, El último Perón. Testimonio de su médico y amigo, se reeditó en el año 2000, pero fue escrito originalmentemeses después de la muerte de Perón en España, donde Taiana estaba retirado de la vida política, a la que volvería como embajador con el regreso de la democracia. Buena parte de las características de este libro tienen que ver con su temprana producción. Se trata de un libro escrito “en caliente”, en 1974, con los recuerdos vívidos y, sobre todo, sin haber transitado aún el drama represivo.

Esta marca es del todo evidente en el testimonio. Una perspectiva repetida es analizar el período 70-73 como un embrión del terrorismo de estado. En este caso, a diferencia de los otros dos libros, el contexto de su producción evita la simplificación de explicar el complejo entramado de la violencia estatal desarrollada en Sudamérica bajo las configuraciones de las “dictaduras de la doctrina de seguridad nacional” (Pontoriero, 2022; Águila, 2023) como resultado de los conflictos al interior del peronismo o el accionar de organizaciones armadas. Antes que el trauma del efecto de la represión, Taiana parece enunciar su decepción personal ante el fracaso de una serie de innovaciones políticas que como “promesas” parecían augurar un gran cambio desde marzo de 1973 y de las que la ley que lleva su nombre constituyó un ejemplo.

A principios de 1973 Miguel Bonasso era parte del equipo periodístico del diario La Opinión de Jacobo Timerman. En tanto “militante peronista” (como se identifica en el libro) fue convocado para dirigir la campaña electoral del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI). Como miembro de Montoneros fue, luego, parte del equipo del diario Noticias (el periódico de circulación masiva producido por la organización). Ya reubicado en Argentina tras su largo exilio en México (lugar que recibiría a los tres autores), Bonasso escribió un libro en el que usó la figura de Cámpora como delegado de Perón y, luego, como presidente, para reconstruir su propia trayectoria y el período en general (Bonasso, 1997).

En la década del 90, la oposición al olvido y perdón del menemismo fue el activismo de los organismos de derechos humanos con la exigencia de juicio y castigo y los “escraches” de la recién formada H.I.J.O.S. Especialmente la reivindicación de las militancias de sus padres por parte de esta organización, legitimaba el testimonio de Bonasso. Identificarse como “militante peronista” y parte de la Tendencia le permitía desarrollar debates con la “derecha peronista” sobre los temas del pasado, pero, también, sobre los de su presente en el que estaba construyendo sus propios espacios políticos que lo iban a llevar a una diputación en 2003. Los “archivos ocultos” se pueden leer de muchos modos: como un complemento a las denuncias contra el menemismo, como una forma de identificarse con un proyecto político no violento (al que identifica como “primavera camporista”) y como una forma de diferenciarse de sus propios compañeros de armas.1

Juan Manuel Abal Medina no ocupó cargos ejecutivos ni legislativos durante el tercer gobierno peronista, pero jugó un rol clave en la normalización del peronismo, el proceso electoral y el vínculo entre los sectores tradicionales del partido y la Juventud Peronista (Regionales).2 Abal Medina publicó Conocer a Perón. Destierro y regreso hace pocos meses y se transformó en un boom editorial no porque falten obras sobre el tema sino porque su autor es una figura peculiar. Su hermano menor, Fernando, fue miembro de la célula porteña que confluyó con muchos otros grupos para fundar Montoneros a principios de 1970 (Lanusse, 2005a). Aunque ambos se formaron políticamente en el catolicismo y el nacionalismo y se acercaron al peronismo siendo muy jóvenes, Juan Manuel no tuvo participación en ninguna organización armada y siempre mantuvo lazos estrechos con diversos espacios del nacionalismo como Marcelo Sánchez Sorondo, la red de organizaciones juveniles entre las que se puede incluir el FEN, JAEN o Guardia de Hierro o el sector “Azul” del Ejército Nacional. En 1972 se transformó en el último secretario general del Movimiento Nacional Justicialista. Como tal, tuvo un vínculo muy cercano con Perón en el final de su exilio, en su retorno y en el proceso electoral que lo llevó a la presidencia.

En el llano, con poca presencia pública y casi 80 años, Abal escribió sus memorias sobre esos días saldando cuentas del pasado e interviniendo en debates del presente. Buena parte de sus ideas centrales giran en torno al rol de Cámpora y los sectores juveniles del peronismo (en general, no solo Montoneros). Es ineludible contextualizar la producción de Abal en el marco de enfrentamientos entre diferentes sectores del peronismo en el que uno de esos espacios se identifica con el apellido de quien fuera presidente entre marzo y julio de 1973. Además, Abal y su familia siguieron ligados al peronismo, siendo su hijo funcionario y senador en el período kirchnerista y asesor de diversos sectores como el “Movimiento Evita”. En términos generales, su relato sobre el pasado es uno que vuelve sobre la idea de la “espiral de violencia abierto en 1970” que llevó irremediablemente a la catástrofe.

Estos señalamientos no impugnan las memorias de Taiana, Bonasso o Abal Medina, sino que pretenden entender mejor sus recuerdos y olvidos.

¿Qué Perón construyen las memorias de Taiana, Bonasso y Abal Medina?

El Perón de Taiana: vejez, enfermedad y cerco.

El principal rasgo de la selección de recuerdos con los que Jorge Taiana elige rememorar a Juan Domingo Perón es el de un líder en su ocaso. Quizá porque su relación databa de la década de 1940, quizá porque el principal vínculo que los había unido en el pasado fue el de médico- paciente, el cardiólogo vuelve en reiterados pasajes de su libro al deteriorado estado de salud de Perón. Buena parte de las estrategias discursivas de Taiana parecen girar en torno a un anciano enfermo cercado por los intereses individuales y la conspiración de José López Rega.

El 1 de mayo de 1971, el general Alejandro Lanusse, a cargo del gobierno de la “Revolución Argentina”, convocó al Gran Acuerdo Nacional, anunciando la apertura democrática. La posibilidad de que las elecciones se realizaran con Perón en el país e, inclusive, con su candidatura parecía lejana por muchas razones, pero -para Taiana- la principal fue la decisión del régimen militar nunca invalidada por Jorge Paladino, delegado de Perón en el país. El reemplazo de Paladino por Héctor Cámpora en agosto de 1971 le trajo un nuevo empuje al peronismo a partir de la recomposición del Consejo Superior Peronista para incluir a Julián Licastro y Rodolfo Galimberti como representantes de los sectores juveniles.

Después de la masacre de Trelew en agosto del año siguiente, Lanusse confirmó el llamado a elecciones programándolas para marzo de 1973. Taiana, como los trabajos académicos de Alain Rouquié o Daniel James, omitió hacer referencia al Frente Cívico de Liberación Nacional en febrero de 1972 que sirvió, como indica José Bozza como “herramienta de negociación y confrontación” y, en un contexto de crisis y radicalización, fue para Perón una forma de acumulación de poder político y disciplinamiento del movimiento durante casi todo ese año (Bozza, 1999, p. 118).

En el caso de Taiana, la omisión del FCLN puede responder, quizá, a una lectura del proceso acotada al interior del peronismo y al rol de un Perón que muestra como pacificador. Sin embargo, Taiana enumera las directivas de Perón en la época como:

La calificación de las FFAA como fuerzas de ocupación, a la juventud y a las ‘formaciones especiales’ se las instó a la lucha y a ‘golpear en el momento oportuno y dónde más duela’. Al sistema capitalista explotador, a las viejas estructuras económico- sociales, a la insensible oligarquía vacuna, a la dependencia de las finanzas y economía argentinas con respecto a la sinarquía internacional y a las fuerzas armadas como brazo del imperialismo, se les atribuía la causa de nuestro retraso y la necesidad de extirparlas en un amplio movimiento de liberación nacional (Taiana, 1974, p. 74)

En el programa que -como presidente- puso en marcha a partir de octubre de 1973 es difícil ver algo de esas ideas, sin embargo, la cita sirve de ejemplo para analizar la identidad política de Taiana en la época. Se trata de un “peronista tradicional” pero es, como indica Sergio Friedemann (2021, p. 47), una de esas figuras que permite enlazar generaciones, ya que sus palabras lo asocian con los encendidos discursos de la liberación nacional de la época. Esta reformulación de viejas ideas (en parte, quizá, explicada por la influencia de su propio hijo) hizo que uno de los líderes montoneros lo recordara como uno de los funcionarios con quien la organización tenía mejor relación (Perdía, 1997).

Cámpora convocó a “La hora del Pueblo”, un amplio espacio multipartidario y conformó la Comisión del Regreso, de la que Taiana formaría parte. El médico enumera varios detalles de la organización de la Operación Retorno como su decepción ante el rechazo “de Madrid” de Fermín Chávez y Enrique Pavón Pereyra como parte de la comitiva que acompañaría a Perón o el plan de información cifrada que intentó mantener una comunicación secreta a lo lago de cada etapa del trayecto que trajo de regreso al viejo líder. También detalla una reunión en la casa de Bernardo Neustadt en la que el secretario general del sindicato de obreros metalúrgicos, José Ignacio Rucci y el de los trabajadores de la construcción, Rogelio Coria, se opusieron al regreso.

En todo el fragmento en el que Taiana describe desde la producción del plan de la Comisión de Regreso hasta que, finalmente, el 18 de noviembre le fue permitido a Perón abandonar el Hotel Internacional de Ezeiza, el autor eligió hacer foco en el “carácter pacifista del retorno”, el diálogo con sectores del gobierno y la oposición de los que querían “Peronismo aquí y Perón en Europa” (Taiana, 49, p. 72).

La estadía de Perón en Buenos Aires por casi un mes es descripta como una fiesta popular de la “reconciliación nacional”, pero Taiana insiste con que el viejo líder estaba cercado por los militares y la asociación entre López Rega e Isabel. El protagonismo de Montoneros en la difusión del lema “Luche y vuelve” para exigir el fin de la proscripción de Perón y en la campaña electoral no aparece reflejado en la memoria de Taiana. De la juventud “ruidosa, arrolladora” lo que tiene para decir es que apuntaba a la “patria socialista, a un peronismo, revulsivo, transformador y revolucionario” como ejemplo de los “diversos matices dentro del Frente y del Justicialismo” (p. 84).

Taiana limita el gobierno de Cámpora a un “vicariato”, por lo que no abunda en detalles sobre él, ni siquiera de su propia gestión al mando del ministerio de Educación de la que destaca algunos cambios en programas del secundario, el intento por hacer ese nivel de enseñanza menos elitista, su diálogo con asociaciones docentes “privadas” y “laicas” y su esfuerzo por “restaurar la cultura del orden” en la universidad porque “queríamos una revolución en paz”. A su vez, señala que el nombramiento de Rodolfo Puiggrós (un intelectual marxista, parte de la “Nueva Izquierda” por su acercamiento al peronismo) como rector normalizador de la Universidad de Buenos Aires “satisfizo la única solicitud en materia de nombramientos, hecha desde Madrid, por el general Perón” (Taiana, 1974, p. 96). Elude de este modo hacer referencia a que dicha solicitud (que incluía otros 300 nombres propuestos para el funcionariado del tercer peronismo) estaba firmada por Montoneros.3

La breve remembranza de Taiana de los pocos días del gobierno de Cámpora está lejos de mostrar ese mes y medio como una “primavera”. Pronto explica la organización del regreso definitivo de Perón al país como uno marcado por el clima “conspirativo” protagonizado por la logia Propaganda Dos (Taiana, 1974, pp. 98- 99). Respecto de la llegada definitiva de Perón, Taiana relata un “Ezeiza oficial” que culminó con un Perón que emergía del avión “sombrío y contrariado”. Después, Taiana relata el “Ezeiza real” cuyo objetivo era “muy concreto: crearle al presidente Cámpora en presencia del general Perón una situación crítica e insostenible, aplastar la soberbia de la juventud peronista y evidenciar la confusión y el desorden de un gobierno incapaz de restablecerse” (Taiana, 1974, p.106).

Lo que sigue en sus recuerdos (la renuncia de Cámpora, el interregno de Lastiri y el triunfo electoral que llevaría a Perón nuevamente a la presidencia) es un relato en el que los hechos y las decisiones políticas decoran apenas el relato principal: el del franco deterioro de la salud de Perón y las intervenciones (disparatadas, alucinadas, en el recuerdo del cirujano) de José López Rega, a quien Taiana dice haber diagnosticado frente al viejo general con un “alarmante desequilibrio mental del señor ministro” (Taiana, 1974, p. 114)

El cierre del período se resume para Taiana en dos recuerdos que a la postre pueden ser vistos como la necesidad de excusar a Perón de cualquier responsabilidad sobre la represión abierta hacia fines de 1973: en septiembre, estaba al lado de Perón mientras veían la noticia del golpe de estado en Chile, el general le advirtió que temía para el pueblo chileno un futuro incierto y doloroso.4

Taiana rememora que “las masas” se lanzaron a la ocupación de fábricas y edificios públicos y los días anteriores a la asunción de Perón fueron un “vendaval de secuestros y violencia” mientras unos y otros “cruzaban agudas acusaciones: burocracia sindical, infiltración marxista (…)” Taiana evalúa que ese clima era resultado de una larga etapa en la que una prédica enconada y violenta se transfería desde “altas cumbres gobernantes y partidarias” (Taiana, 1974, p.119)

Para ilustrar aquellos días agitados, Abal Medina, como en un entramado de memorias, cita la frase que antes había sido mencionada por Taiana en su propio libro. En ella, Perón sentenció:

El Estado no puede permitir que los edificios y bienes privados sean ocupados o depredados por turbas anónimas, pero menos aún puede tolerar la ocupación de sus propias instalaciones. Para eso está la policía y si no es suficiente debe echarse mano de las Fuerzas Armadas y tomar a los intrusos: a la comisaría o a la cárcel. Para salvar a la Nación hay que estar dispuesto a sacrificar y quemar a sus propios hijos. (Taiana, 1974, p.103; Abal Medina, 2023, p.291)

Taiana, cuyo hijo menor de mismo nombre militaba en Descamisados (una organización armada que a principios de 1973 se había fusionado a Montoneros), cierra la cita considerándola “un verdadero exabrupto”. Abal, en cambio, recuerda haber recibido una dura llamada de un Perón enérgico, para indicar que se ordenara la desocupación de edificios y fábricas sin autorización del gobierno que “claramente, ya no servía para nada” (Abal Medina, 2023, p. 291).

Finalmente, el médico considera que se despreció a “una juventud” a la que primero se había alentado y se pregunta, en consecuencia, si Perón fue “siempre el mismo, ¿era Perón un socialista, un conservador o un socialista nacional?”. Busca su respuesta en una cita a De Gaulle. Frente a los jóvenes del Mayo Francés, el líder se preguntó: “en la lucha por el hombre ¿cómo no respetar al hombre?” (p. 135).

El Perón de Bonasso: la obsesión de volver a vestir uniforme y banda presidencial

A fines de 1972, Mario Cámpora (sobrino del futuro presidente) le ofreció a Miguel Bonasso transformarse en el jefe de prensa del Frente Justicialista de Liberación Nacional ante la campaña que debía enfrentar para las elecciones de marzo. El libro que el periodista escribió 25 años después se construyó a partir de esos meses, de su militancia previa y posterior en Montoneros, su acercamiento a la familia Cámpora, su experiencia en la función partidaria y su acceso al archivo del expresidente. Así, sus esfuerzos estarán centrados en reivindicar la figura de Héctor Cámpora, su desempeño durante los 14 meses en que fue delegado de Perón, su presidencia y su rol como embajador en México hasta 1975. Sin embargo, fue justamente ese año en que el propio Cámpora había escrito su autobiografía. Si dos décadas después Bonasso escribe otra es, sobre todo, para usar a Cámpora de excusa para hablar del período 1970- 1976.

El Perón que Bonasso construyó con los archivos del odontólogo es uno, en oposición a las memorias de Taiana, muy activo, que negocia, pacta y discute desde Madrid (y algunos días desde Buenos Aires, Asunción y su gira por Europa) las nuevas modalidades de su ejercicio del poder, que habrán de sacarlo del letargo político en el que lo había instalado su largo exilio y que hacía que muchos pensaran que su “integración” al régimen era imposible.

Desde que en 1971 se abriera el Gran Acuerdo Nacional, “La hora del Pueblo” iba a ser la principal estructura de construcción del peronismo recientemente legalizado. Además, en 1972 Perón y Cámpora parecen, en el trabajo de Bonasso, dos caras de una misma moneda construyendo a través del Frente Cívico de Liberación Nacional (FCLN) una base de poder que le garantizara al General la posibilidad de regresar al país y al gobierno apoyado por el peronismo tradicional, el sindicalismo y los sectores juveniles (todos ellos, los que habían optado por la lucha armada y los que no, los que querían construir el “socialismo nacional” -a los que el nombre los atraía más- pero, también, los que a través de la militancia pretendían transformarse en políticos profesionales). En este sentido, el Perón de Bonasso no es uno que pregonara la “unidad nacional” con espíritu pacificador como el de Taiana, sino uno que construye un frente lo suficientemente amplio para garantizar su triunfo, romper la estrategia electoral de Lanusse y alinear a propios y extraños.

Desde 1955, Perón había elaborado muchas estrategias -incluyendo la de la formación de un movimiento revolucionario en 1964- y esta era su última oportunidad antes de que la “senilidad o la muerte”, dirá Bonasso, lo hicieran entrar definitivamente en la historia. En las eternas reuniones en el hotel Savoy, Cámpora se encargaría de alinear a jóvenes, viejos peronistas, vandoristas, sindicalistas combativos y neoperonistas arrepentidos. Al mismo tiempo, giraría por el país e intentaría sumar a católicos, nacionalistas, radicales, desarrollistas, intransigentes y socialistas. Todo cumpliendo órdenes de Perón, a quien enviaba informes regulares además de llegar a Puerta de Hierro para visitas personales si era necesario.

Como parte de la Agrupación Político- Sindical 26 de enero y periodista del diario La Opinión, Bonasso conoció a Cámpora cuando justamente todavía tenía intenciones de construir una unión de fuerzas políticas que consiguiera una apertura democrática sin proscripciones. Aunque el FCLN no logró romper la “clausula 25” que le impedía a Perón ser candidato por no vivir en el territorio nacional en agosto de 1972, el viejo general era -según Bonasso- el enérgico “Perón del 46” pero “flanqueado por Cámpora y Abal Medina”. Este último, por su procedencia nacionalista, su cercanía a un sector del ejército y su “extranjería” respecto al peronismo despertaba cierta desconfianza en el periodista.

A pesar de su regreso en noviembre de 1972, la frustración de Perón era, según el periodista, producto del fracaso de la posibilidad de su candidatura, pero, también, de las rispideces que había generado el “reparto igualitario” en el armado de listas y en la normalización partidaria. Según Bonasso, “sorpresivamente”, el 11 de diciembre Cámpora hizo pública la constitución del Frente Justicialista de Liberación Nacional sin el apoyo de UDELPA ni los “cristianos revolucionarios” de Horacio Sueldo. Los enojos e irritaciones no se disiparían cuando, poco después, Abal Medina le comunicara a Cámpora que Perón había decidido que fuera su candidato, sin ninguna aclaración que lo hiciera pensar en un “vicariato”. Bonasso señala que muchos creían que la dictadura proscribiría también a Cámpora y Perón aprovecharía para organizar una rebelión cívico- militar. Sin embargo, el periodista considera que la estrategia de Perón fue “como la usada antes con Farrell”: elegir al candidato que le cedería luego el mando. Que Vicente Solano Lima fuera su compañero de fórmula fue, según Bonasso, una decisión de Cámpora a partir de “un papelito con cuatro sugerencias”.

Lo que siguió fue la ardua ingeniería del armado de listas, entre las páginas de Bonasso se esboza lo que este año Juan Manuel Abal Medina puso en papel y es la “división de tareas” y territorios entre el odontólogo y el abogado, quien dirimió parte de la interna sindical, expulsando de las 62 organizaciones al líder de la UOCRA, Rogelio Coria. Tanto Bonasso como Abal relatarán el complejo armado de la lista bonaerense en el que parte del peronismo tradicional y del sindicalismo defendían la candidatura de Manuel Anchorena y, a pesar de que Cámpora debía organizar el distrito fue Abal quien a instancias de Isabel termina eligiendo a Oscar Bidegain.

La campaña electoral es un período clave en el relato de Miguel Bonasso porque es cuando se destacó su propia experiencia que el autor muestra como una “patriada” colectiva, como responsabilidad de “esa gigantesca fábrica de creativos que era la juventud”. De esa usina, a la que se sumarían Dardo Cabo y Ricardo Roa -por ejemplo-, saldría el eslogan “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, la imagen de “El tío” y el “Perón vuelve”. La asociación del delegado con el atributo de la lealtad y la movilización masiva en la calle fueron los elementos que completaron la campaña.

Bonasso señala que “los primeros que entendieron la estrategia de Perón” fueron los sectores juveniles. Sin embargo, el periodista omite señalar los debates que la vía electoral generó al interior de Montoneros, conformando uno de los ejes del “Documento Verde”, debate luego retomado por la primera disidencia montonera: la Columna Sabino Navarro. Tampoco se mencionan los análisis de Montoneros y las Fuerzas Armadas Revolucionarias que pensaban -mirando el ejemplo chileno- a las elecciones como un paso no exactamente hacia la construcción democrática del socialismo nacional, sino como un modo de multiplicar recursos para la consolidación de un ejército popular. Inclusive, no estando ellos mismos afiliados al Partido Justicialista los jóvenes usarían como parte de su estrategia territorial las campañas de afiliación para abrir el diálogo con los sectores populares.

Insistiendo en la noción de “festejo”, de “primavera”, el periodista parece poner a los sectores juveniles en función a la estrategia de Perón, sin analizar el contenido político del activismo juvenil que pensaba la campaña electoral como un medio de concientización tal como demuestran no solo documentos de Montoneros y FAR sino, también, debates propiciados, por ejemplo, por Gustavo Rearte (Gurrucharri et al, 2020). Pero asumir las estrategias montoneras de 1972, no era “decible” en 1997, cuando la militarización era solo pensada como un giro equivocado de la conducción y los organismos de derechos humanos todavía debatían como desarmar la teoría de los dos demonios sin dejar de aludir a las militancias de los desaparecidos.

El periodista señala que la campaña de Cámpora, aún limitada por eslóganes, incluyó una plataforma (las “Pautas programáticas”) que pretendió conformar a muchos sectores y que se mostraba más como un programa de gobierno que como la proclama de un breve vicariato. Mientras la JP ganaba protagonismo y “el viejo levantaba las consignas de la juventud”, en Roma, Isabel Martínez y José López Rega negociaban con Licio Gelli y Giancarlo Ellía Valori, “el ala izquierda que el General estaba convocando (…) porque Perón era el único dique de contención de la marejada de la subversión marxista” (Bonasso, 1997, p.357).

De los trabajos analizados, el de Bonasso es el único que alude a la “primavera camporista” como “el gobierno del pueblo” y da cuenta de las políticas desarrolladas por el odontólogo que seguirían después de octubre de 1973. El carácter vicario del gobierno de Cámpora se muestra consolidado recién con el regreso de Perón, a pesar del estado de salud del viejo líder y de los hechos de Ezeiza, en cuyo análisis el periodista procura desarmar las versiones de Osinde que explicaban que los enfrentamientos se habían producido por la intensión de Montoneros y FAR de matar a Perón. Veremos que Abal Medina certificó en su libro haber tenido una posición dura contra López Rega y Osinde por los hechos de junio. Bonasso ya lo había señalado, pero agrega que él tuvo una charla con Mario Cámpora proponiéndole detener a al menos trescientos miembros de la ultraderecha.

La versión de Bonasso de la etapa abierta tras el regreso de Perón probablemente sea de los tramos más citados de su libro, en los que da cuenta de la organización de la Asociación Argentina Anticomunista a instancias de la sugerencia de Perón a su gabinete de armar un Somaten para contener a la “infiltración marxista”. En los últimos 15 años la multiplicación de estudios sobre la Triple A, la derecha peronista y el proceso de depuración partidaria expandió los saberes sobre lo que en el testimonio de Bonasso aparecen apenas como datos periodísticos, anécdotas y frases escuchadas al pasar.5

Para cerrar, es necesario hacer algún comentario sobre los rasgos identitarios que Bonasso construye en su libro. Se identifica como militante peronista y parte de la Tendencia.6 Resulta llamativo que no reconstruya su trayectoria de un modo más completo y que use el término “Tendencia”, que tiene un largo desarrollo en el peronismo, por lo menos desde 1968, y que algunos especialistas descartan que sea el modo en que los militantes montoneros se definían a sí mismos, sobre todo, porque sectores opositores (como la revista El Caudillo y su personaje “Tendencio”) lo usaban de modo peyorativo (Codesido, 2023). Es probable que la historia registre esta identificación más por la memoria que como “categoría nativa” y es posible, también, que denominarse con ese término haya sido para Bonasso un recurso para diferenciarse de “uno de los demonios” recientemente indultado al momento de producir su libro.

El Perón de Abal Medina: el movimiento que excede al viejo líder

Es muy frecuente que los historiadores dedicados a estudiar las organizaciones armadas de la Argentina de fines de la década de 1960 y principios de la siguiente, utilicemos conceptos como peronización y radicalización. El primero para identificar un modo de politización en el que sujetos que no adherían al peronismo antes de su caída en 1955, se acercarían a él luego y, el segundo, como un proceso por el que ideas y prácticas políticas se acercaron a sus versiones más extremas, asociadas a un amplio espectro de ejercicio de la violencia política. Sin embargo, en el primer caso, la fluidez de las identidades políticas y la amplitud de la doctrina peronista señalan que los posibles resultados de esos caminos son muchos y puede ir desde la asunción del peronismo como identidad política, a la adhesión a ideas generales asociadas con el peronismo o, aun con críticas, la permeabilidad de una apenas mirada más positiva sobre el proceso 1943- 1955.

Los itinerarios de radicalización no son sólo trayectorias subjetivas muy diversas, sino que pueden desembocar en una variedad de formas desde la insurrección a la integración de un ejército popular o la toma de las armas para “depurar el movimiento” que es, para decirlo rápido, el proceso de radicalización que protagonizó la derecha peronista (Chama, 2006; Cucchetti, 2013; Besoky, 2015).

En ese sentido, la primera parte del libro de Abal relata el proceso de peronización propio y de su hermano que, además, radicalizó sus posturas discutiendo la opción de la lucha armada como parte de grupos “protomontoneros” para, luego, fundar dicha organización. Hacer alusión a ese relato sobre cómo se acercaron al peronismo siendo estudiantes secundarios a partir de su vínculo con militantes nacionalistas, referirnos al itinerario que llevó a su hermano Fernando a fundar Montoneros y ser asesinado en septiembre de 1971 es ineludible porque, tal como Abal lo presenta, es la concurrencia de esos elementos lo que hizo que Perón le ofreciera ser el último secretario del Movimiento Nacional Justicialista.7

La relación de ambos hermanos con figuras del revisionismo nacionalista y del peronismo histórico llevó a Juan Manuel hasta Madrid, pero -una vez en Puerta de Hierro- fueron el recuerdo de Fernando, la reconstrucción para Perón de sus charlas con Norma Arrostito y la alusión a las consecuencias familiares del asesinato en William Morris, lo que Abal recuerda como principal tema de conversación en sus primeros encuentros con Perón. En ese sentido, hay una operación discursiva del abogado que tiene que ver con el momento de hablar del fusilamiento de Eugenio Aramburu. Habiendo reconstruido las dimensiones humanas de Arrostito y su hermano, Abal Medina se apoya en la fe cristiana para condenar el crimen, pero, al mismo tiempo, reconoce el carácter político del asesinato y en ese marco de humanidad, piedad cristiana y política, aparece la aprobación de Perón.

El profuso vínculo de Abal con el nacionalismo lo había acercado a los sectores castrenses más cercanos a ese espacio y a una probable apertura hacia el peronismo. Mientras que en su libro afirma que es la información que consigue de esos sectores el mérito para que Perón lo considere el negociador que necesitaba tras la apertura del proceso electoral, en el Archivo de Historia Oral del Instituto Germani el abogado consideraba que no eran sus revelaciones lo que le interesaba a Perón, sino la posibilidad de aceitar las formas para que, eventualmente, no hubiera solo sublevaciones de jefes de sección si el proceso electoral no era exitoso.

En ese momento, el general requería un oído en la camarilla militar, un acercamiento hacia la juventud radicalizada y una figura seria y firme para ordenar el peronismo. Juan Manuel Abal Medina reunía todas esas condiciones pero, poco después de haber logrado el breve regreso de Perón al país en noviembre de 1972, se iba a mostrar siempre en desacuerdo con las organizaciones armadas (cuyo único vínculo fluido era sostenido con Rodolfo Galimberti por proceder, también, de una organización juvenil nacionalista), agotado de la negativa de algunos sectores del sindicalismo; harto de que Ricardo Balbín y la UCR no mostraran intención real de un acercamiento más serio hacia el peronismo; cansado de los intereses personales de López Rega y, sobre todo, abatido por el accionar de Héctor Cámpora, a quién señala como alguien muy controlado por su círculo inmediato (su hijo y su sobrino). A pesar de eso, por pedido de Perón, Abal permaneció en su cargo hasta fines de 1973.

En oposición a la representación de Taiana, Abal Medina describe a un líder con una conducción firme y decidida aun en los momentos en los que su salud más se deterioraba. Por ejemplo, en una escena de junio de 1974, Abal describe que el general había ubicado a una militante de la rama femenina para que trabajara como secretaria de Isabel Martínez en búsqueda de limitar el poder de López Rega. La primera determinación de Perón fue el ofrecimiento a Cámpora de una candidatura a un gobierno temporal con el único objeto de levantar todo tipo de proscripción que le impidiera ser presidente por tercera vez. Este suceso, en clara tensión con lo señalado por Bonasso, es probablemente el hecho más reiterado en las memorias de Abal: que Cámpora siempre supo que sería presidente por poco tiempo y que en sus manos quedaba el armado electoral de la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Las negociaciones en otras provincias (como el señalamiento de que las vicegobernaciones fueran para líderes sindicales y la impugnación de candidaturas “neoperonistas” en lugares como Neuquén o Corrientes) las haría Abal cumpliendo órdenes de Perón.

Además de cierto enfrentamiento con los Cámpora, la otra idea que se repite en el libro de Abal casi como una muletilla es la orden de Perón para “controlar a Rodolfo”. Si la memoria de Bonasso indicó que la imaginación y la militancia de la “Tendencia” fueron el motor de la campaña electoral, el abogado los menciona tardíamente luego de otros espacios juveniles como Guardia de Hierro o el Comando de Organización. La relevancia adjudicada a Galimberti (todavía no integrado a Montoneros) y el estatus adjudicado a otros espacios juveniles pretende quitar centralidad en el período a la organización fundada por su hermano y dejarla limitada a lo militar. Adicionalmente, la muerte temprana de Fernando lo habilita a pensar en transformaciones en la organización posteriores a su asesinato e insistir con que, a pesar de lo que quedó plasmado en documentos fundantes de Montoneros como “Línea político- militar”, el principal objetivo de las “formaciones especiales” era lograr el regreso de Perón (tras el 17 de noviembre dirá: “era una culminación y sentía que había pagado una deuda con Fernando”, Abal Medina, 2023, p. 176).

La reconstrucción del suceso conocido como “Devotazo” es un botón de muestra de las diferencias entre recuerdos y olvidos de los autores. Bonasso le había dado a Abal cierto protagonismo, siendo su intervención determinante ante la inacción del Ministro del Interior, Esteban “Bebe” Righi, y argumentando que había dicho que se debía liberar a los presos políticos porque “es lo que prometimos toda la campaña” (Bonasso, 1997, p. 478). Abal Medina, sin embargo, recuerda que ver salir a los jefes del ERP “formados y saludando con el puño (…) listos para seguir con la ‘guerra revolucionaria’ era el cumplimiento de la pesadilla que había imaginado desde el comienzo de la campaña electoral” (Abal Medina, 2023, p. 284). Además, el abogado agrega que Perón coincidía con su perspectiva, sentenciando que el gobierno era “una calamidad” a sólo 24 horas de asumido el presidente Cámpora. En la memoria del momento de la amnistía, el abogado enuncia que Perón cambió de posición y pasó de intentar impedirla a indicarle que no permitiera que la izquierda se arrogara el logro.

Pero, a todas luces, el mayor interés de Abal es mostrar de un modo más rotundo la vertiginosa transformación del proceso de los 49 días de Cámpora, a quién Perón le propuso a fines de 1972 un “vicariato” y de cuyo mayor operador político, Esteban Righi, Abal escucharía decir, poco antes del 25 de mayo, que “no había nada concreto que le indicara que el General tuviera intenciones de acceder a la presidencia” (Abal Medina, 2023, p. 286).

Para el abogado, Cámpora era un político serio y leal a Perón, tal cosa no demuestra una contradicción sino la evidencia de que la perspectiva del abogado es que el gobierno camporista había sido cooptado por lo que él identifica como la Tendencia. Este enfoque es una variación de posturas anteriores de Abal Medina que, en 2005, afirmaba que él, Héctor Cámpora, su hijo y su sobrino habían sido la pata política del equipo que garantizó el regreso de Perón completado con los representantes del sindicalismo Lorenzo Miguel y José Ignacio Rucci.8

Lo que Abal había mostrado en 1970 como una alianza estratégica entre Perón y Montoneros está definitivamente roto cuando el 16 de junio de 1973, el viejo General usó, según el abogado, el diario Mayoría para señalar que

hasta el triunfo electoral el peronismo tenía un solo enemigo: el sistema liberal pero que (…) ahora le han salido no frente a él sino dentro de él otros dos (…) como males congénitos de todo frente de masas (…) el ‘chanterío’ y la ‘zurdería’ (Abal Medina, 2023, p. 296)

En lo que sigue, Abal empieza, por primera vez en su relato, a dar más entidad a Montoneros y a sus jefes, particularmente desde los hechos de Ezeiza. Esos sucesos son considerados un “enfrentamiento caótico entre sectores del movimiento donde intervino, coordinado con López Rega, el Coronel Osinde y una banda que reclutó a tal efecto” que él pretendió evitar reemplazando el lugar del acto y dando intervención a la Policía Federal. Tal prevención fue imposible por la inacción del gobierno de Cámpora y la intervención de López Rega a quien pide detener el 21 de junio, apoyado por Lorenzo Miguel, pero sin lograr el acompañamiento pedido a Montoneros. A su vez, ratifica lo ya mencionado por Roberto Perdía en sus propias memorias sobre el rol de Abal en promover un diálogo entre la organización militar y el líder metalúrgico.

Insistiendo con los problemas que el círculo de influencias de Cámpora había generado en el gobierno, Abal afirma que entre el regreso de Perón y el 12 de julio, cuando Cámpora finalmente renunció, “hicimos un papelón” por tener que prácticamente forzar al abandono del gobierno por parte del “camporismo”. A partir de ese momento, Abal empieza a abandonar su función en el Movimiento Nacional Justicialista tras cumplir la última gestión encomendada por Perón: reunir a Atilio López y José Rucci para unificar el mando de las 62 organizaciones en Córdoba. Sobre el proceso cordobés se pueden notar también transformaciones discursivas de Abal. En la entrevista del Archivo de Historia Oral había reforzado que ni en esa provincia ni en otras, Montoneros había tenido decisión en las candidaturas y la figura de López como vicegobernador había surgido de su propuesta, tras negarse a la de Montoneros (Julio Antún) y a la de Rucci y Miguel. En el libro afirma que, cuando en febrero de 1974 se produjo el golpe en manos del jefe de policía de la provincia, Antonio Navarro, la designación de Duilio Brunello como interventor fue un nuevo intento de alinear a la Tendencia por parte de un Perón que, paradójicamente, se encontraba en reposo absoluto.

Una condición más obligó a Abal Medina a quedarse en el cargo aun negándose a las propuestas de formar parte en la reorganización del Consejo Superior Peronista y del nuevo gobierno. Lastiri le había indicado que el representante de la juventud que ingresaría al nuevo consejo sería Julio Yessi, mano derecha de López Rega, que había formado la Juventud Peronista de la República Argentina. Abal impugnó esa candidatura porque consideró que no iba a hacer más que profundizar el conflicto entre el sindicalismo y la juventud que veía en ciernes desde que Montoneros exhibía la consigna “Perón y Montoneros, conducción”.

Ante la reestructuración del Consejo, Abal le sugirió a Perón que debía haber un alineamiento “explícito dentro de las estructuras del del movimiento” de la Tendencia y una clara definición ideológica de que el “socialismo nacional” en Argentina era el justicialismo. Poco después se hizo público que la fórmula para las elecciones incluiría a María Estela Martínez. Ante el rechazo de Montoneros, se concretó la ya citada reunión de Perón con Mario Firmenich y Roberto Quieto. En ella, además de la mencionada alusión a la situación chilena, Perón tenía en sus manos una transcripción del documento que luego la conducción montonera difundiría como “Charla a los frentes”. Lo que para la disidente Juventud Peronista Lealtad sería conocido como “el Mamotreto”, analizaba la situación de 1973 y la figura de Perón a la luz de una serie de conceptos del marxismo, como hacían los documentos internos montoneros desde 1971, aunque tales posturas no coincidieran siempre con el discurso público y publicado de la organización.9

Sin embargo, Abal reproduce una idea que se repite en decenas de libros testimoniales y en la justificación de la ruptura de la JP Lealtad: el giro dado por las “formaciones especiales” tras la fusión con Fuerzas Armadas Revolucionarias. Al momento de analizar el asesinato de Rucci considera, inclusive, que fueron “montoneros nuevos”. El 26 de septiembre en una reunión en la residencia presidencial, Perón leyó un documento que Abal conocía de antemano y que hoy conocemos como el “documento reservado” y que contenía los principales lineamientos de la política de depuración del movimiento peronista. En el velorio de Rucci, Juan Manuel Abal Medina se percibe como “hombre de dos mundos” por su desempeño personal y por su apellido, que hizo que algunos no lo saludaran. La misma percepción parece tener Juan Perón que algunos días después le anunció que lo eximiría de continuar a su lado en la siguiente etapa porque cree “que es imposible que esos locos se alineen. Así que hay que extirparlos del movimiento y es lo que voy a hacer” (Abal Medina, 2023, p. 338).

Ideas finales para seguir pensando el 73 argentino

Este artículo analizó la etapa abierta entre la apertura democrática del Gran Acuerdo Nacional y la tercera presidencia de Perón a través del prisma de tres libros testimoniales escritos por Jorge Taiana, Miguel Bonasso y Juan Manuel Abal Medina. En los tres casos se hizo foco en el rol asignado al viejo líder y sus prácticas políticas y discursivas en el período.

Se analizaron las experiencias y trayectorias individuales y los contextos de producción de las obras para entender mejor los mecanismos y dispositivos memorísticos puestos en juego en cada obra para seleccionar aquellos elementos que construyen “el Perón” de cada autor.

Taiana reconstruye al Perón de 1973 como un anciano en su ocaso, Bonasso recuerda al general como un viejo líder que intentaba recuperar la centralidad política en un contexto muy diferente al que lo había visto partir al exilio y, finalmente, para Abal Medina el Perón que él conoció y con el que trabajó codo a codo para lograr su regreso al poder era un dirigente político inteligente, pragmático, decidido y, también, decepcionado, por llegar al final de su vida y su carrera política en medio de una grave crisis política.

Finalmente, este artículo pretendió ser una invitación a pensar el “73 argentino” más allá de las ideas cristalizadas en memorias individuales y colectivas, más allá de la centralidad de la violencia y más allá, inclusive, del propio Perón. Para eso intentamos habilitar ciertos debates heurísticos sobre la relación entre historia y memoria. Especialmente, sobre el uso de testimonios en la construcción del saber histórico, sobre todo, para este período en el que estos libros nos muestran que el uso de algunas categorías, la definición de identidades políticas y el análisis de algunos sucesos instalados en la memoria colectiva actúan más como obstáculos que como herramientas explicativas.

Referencias

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Notas

1 Bonasso había sido parte de la “rebelión de los tenientes” una disidencia posterior a la Contraofensiva, pero a la que el periodista recurría para reforzar su crítica a la conducción. Pero su crítica a sus antiguos compañeros se fue expandiendo. Ver, por ejemplo: https://www.perfil.com/noticias/politica/la-justicia-le-dio-la-razon-a-bonasso-en-una-pelea-historica-con-rafael-bielsa.phtml
2 A comienzos de 1973, Montoneros reorganizó su estructura para combinar sus Unidades Básicas de Combate y sus Unidades Básicas Revolucionarias con frentes de superficie como la Juventud Universitaria Peronista o la Juventud Trabajadora Peronista. Entre ellos el frente político era una reformulación de Juventud Peronista organizada en 1955 por Jorge Rulli, Envar El Kadri, Gustavo Rearte y Carlos Caride. Por su estructura organizativa se agregó la palabra “regionales” para identificar a este espacio (Ver, entre otros: Gillespie, 1988; Lanusse, 2005b; Salcedo, 2011)
3 Respecto del vínculo entre Montoneros y Taiana y la designación de éste como ministro de educación (y la reforma llevada a cabo bajo su administración en la UBA), ver: Sergio Friedemann, La Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires: la reforma universitaria de la izquierda peronista, 1973- 1974. Buenos Aires: Prometeo, 2021.
4 Roberto Perdía recuerda que Perón les advirtió directamente a los dirigentes montoneros en una reunión de septiembre de 1973 las consecuencias que la radicalización podía tener a partir de su lectura de la crisis chilena. El líder asume cierta autocrítica sobre su escasa reflexión al respecto y no reflexiona sobre en qué medida la experiencia de la Unidad Popular fue para la organización la señal de que no se podía llegar al socialismo por la vía democrática. (Perdía, 1997, p. 193)
5 Ver por ejemplo Marina Franco, 2012
6 La Tendencia Revolucionaria del Peronismo fue el nombre con el que se identificó el esquema organizativo de Montoneros desde 1973 compuesto del siguiente modo: Consejo nacional, Conducción Nacional, las 7 regionales, 2 a 5 columnas por regional, 5 a 10 Unidades Básicas de Conducción -antes de combate- y agrupaciones. Este esquema se completaba con los frentes de superficies descritos antes. Gillespie, 1988: 337; Perdía, 1997, p. 118.
7 Para dar cuenta del proceso de normalización partidaria y los cambios en su estructura ver, por ejemplo: Julio César Melón Pirro, 2009.
8 Testimonio de marzo de 2005 en Archivo de Historia Oral Instituto Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
9 Para un análisis de documentos internos incluyendo “Charla a los frentes…” ver Salcedo, 2013. Para ver diferencias entre discurso público e interno de Montoneros: Slipak, 2015.

Recepción: 15 Mayo 2023

Aprobación: 28 Mayo 2023

Publicación: 01 Junio 2023

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