Aletheia, vol. 13, nº 26, e156, junio - noviembre 2023. ISSN 1853-3701
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Maestría en Historia y Memoria

Dosier:
A 50 años de 1973. Argentina, Chile y Uruguay

Recordar y nombrar Montoneros. Historia, memorias, testimonios

Pablo Enrique Garrido

Universidad de Buenos Aires - CONICET, Argentina
Sergio Friedemann

Universidad Pedagógica Nacional – CONICET/ Universidad de Buenos Aires, Argentina
Cita recomendada: Garrido, P. E. y Friedemann, S. (2023). Recordar y nombrar Montoneros. Historia, memorias, testimonios. Aletheia, 13(26), e156. https://doi.org/10.24215/18533701e156

Resumen: A lo largo de este artículo nos proponemos reflexionar acerca de las potencialidades y los recaudos necesarios a la hora de recurrir a los testimonios de los actores en la investigación histórica sobre la izquierda peronista de los años 60 y 70. En particular, nos interrogamos respecto de qué nos aportan estas fuentes sobre el funcionamiento de Montoneros y los límites difusos entre la pertenencia a la organización o los espacios políticos bajo su conducción política. Esta inquietud surge a partir del análisis de entrevistas a exmilitantes montoneros y otros actores políticos que interactuaron con la organización, a través de un enfoque deudor del campo de los estudios sobre memoria. Se observará la aparición de tópicos recurrentes que iluminan dimensiones relevantes para el análisis, la posible triangulación con documentos y prensa, la construcción de memorias comunes o rivales, y la polisemia de significantes cuyos límites se tornan difusos en los testimonios. De ese modo, sostendremos que el uso de estas fuentes, atento a precauciones metodológicas y epistemológicas, permite enriquecer las indagaciones sobre la experiencia de Montoneros.

Palabras clave: Montoneros, Memorias, Testimonios, Historia reciente.

Remembering and naming Montoneros. History, memory, testimonies

Abstract: Throughout this article we propose to reflect on the potential and the necessary precautions to be taken when resorting to the testimonies of actors in historical research on the Peronist left in the 1960s and 1970s. Specifically, we ask ourselves what these sources bring us about the functioning of the Montoneros and the blurred boundaries between membership of the organisation and the political spaces under its political leadership. This concern arises from the analysis of interviews with ex-militants of the Montoneros and other political actors who interacted with the organisation, through an approach related to the field of memory studies. We will examine the emergence of recurring themes that shed light on relevant aspects for analysis, the possible triangulation with documents and the press, the construction of common or rival memories, and the polysemy of signifiers whose limits become blurred in the testimonies. Consequently, we will argue that the use of these sources, while being attentive to methodological and epistemological precautions, allows us to enrich our enquiries into the Montoneros' experience.

Keywords: Montoneros, Memory, Testimonies, Recent History.

Introducción

El campo de estudios sobre historia reciente se enfrenta, tal vez en mayor medida que otros, a un desafío que tiene que ver con el diálogo (fructífero, necesario y no por ello desprovisto de problemas) con una enorme producción de materiales y discursos sobre el pasado realizada desde espacios no académicos. Ya se trate de un enfoque periodístico o testimonial, del género documental, la ficción, o sus hibridaciones, las memorias se multiplican en soportes diversos (escritos, orales, audiovisuales) y aportan datos o se convierten en objetos para quienes investigamos el pasado reciente. Las entrevistas que realizamos desde sede académica para nutrir nuestras investigaciones se insertan a su vez en el plano de la construcción de memorias y sentidos sobre el pasado. Ya se trate de producciones escritas por protagonistas, o relatos orales obtenidos por nosotros, son “trabajos de la memoria” (Jelin, 2002) y como tales pueden ser abordados.

A lo largo de este artículo nos proponemos reflexionar acerca de las potencialidades y los recaudos necesarios a la hora de recurrir a los testimonios de los actores en la investigación histórica sobre la izquierda peronista de los años 60 y 70, y, en particular, respecto de ámbitos conducidos por la organización Montoneros, con un enfoque que evita reducirla a sus acciones armadas. Recurrimos mayormente a entrevistas realizadas por los autores para sus respectivas investigaciones, y eventualmente a testimonios obtenidos por terceros, junto a otro tipo de fuentes primarias y secundarias. Nos concentramos en relatos de actores que militaron en Montoneros, adhirieron a algunos de sus lineamientos, se ubicaron como “periféricos”, o participaron de algún entramado político o institucional conducido por esa organización. Proponemos un abordaje crítico de este tipo de fuentes en base a los aportes del campo de estudios sobre memoria. Esa construcción epistemológica es abordada en un primer apartado. En el segundo y tercero, nos concentramos en mostrar, a partir de una serie de ejes que se reiteran en los testimonios recolectados, cómo las entrevistas resultan herramientas útiles para abordar cuestiones que no se presentarían como temas de atención si solo recurriéramos a fuentes documentales contemporáneas a nuestro objeto. Primero, a través de las memorias respecto de aspectos usualmente no considerados sobre el accionar político de la organización. Luego, acerca de la pregunta por la pertenencia a Montoneros y la adhesión política a un conjunto más amplio conducido por ella, sugiriendo modos alternativos de nominar a ese espacio político.

Los testimonios escritos y orales como construcción de memorias

El desarrollo del campo de estudios sobre memoria es relativamente reciente en el Cono Sur; sin embargo, ha producido aportes que pueden resultar relevantes para las investigaciones de historia reciente. Claudia Feld (2016) identifica su origen entre mediados y finales de la década del noventa, expresando algunas particularidades regionales. Si bien se trata de una década caracterizada por una explosión de la memoria en el mundo occidental (Huyssen, 2002), en la que proliferaban conmemoraciones, emprendimientos memoriales, aperturas de archivos y se producía un “boom” editorial de testimonios escritos, en la región este surgimiento se vio marcado por el fin del terrorismo de Estado en el marco de dictaduras que habían perpetrado asesinatos, secuestros, desapariciones y torturas de manera sistemática. La salida de estos regímenes implicó la puesta en tensión de memorias en disputa, enfrentadas o divergentes respecto del pasado reciente.

Marina Franco y Florencia Levín (2007) reflexionan de un modo similar respecto del origen del campo de la historia reciente al señalar su asociación intrínseca con situaciones traumáticas: la segunda guerra mundial y la Shoá en el caso de las ciencias sociales europeas, las dictaduras de los años setenta en América Latina. Enzo Traverso (2007), por su lado, propone un doble movimiento de ligazón-distinción entre historia y memoria:

Nacen de una misma preocupación y comparten un mismo objeto: la elaboración del pasado (...) La historia es una puesta en relato, una escritura del pasado según las modalidades y las reglas de un oficio -digamos, incluso, con muchas comillas, de una “ciencia”- que constituye una parte, un desarrollo de la memoria. Pero si la historia nace de la memoria también se emancipa de ella. (p. 72)

Esta emancipación brinda a las ciencias sociales una especificidad que se manifiesta en el hecho de que puede tomar las memorias como fuentes -al apelar a los testimonios de sus protagonistas- o, también, como objetos de investigación. La diferencia entre estas dos situaciones es similar a la que plantea Alessandro Portelli (2004) entre el uso de las memorias como “fuentes en historiografía” y la llamada “historia oral” (p. 36), aquella que se detiene en los aspectos específicos y narrativos de esa forma de comunicación. Siguiendo a este autor, nuestro trabajo busca reflexionar sobre las potencialidades y límites respecto del estudio del contenido de las narraciones y no de su mera enunciación. En términos de Paul Thompson (2004), los testimonios orales presentan dos tipos de contenidos: información fáctica (que en muchas ocasiones puede ser cotejada con otras fuentes) y las marcas modeladoras de la memoria y giros de la narración. En este punto nos volvemos a interesar por el primero de ellos, pero reconociendo que ambos elementos están intrínsecamente ligados. En efecto, partimos de la hipótesis de que los aportes del campo de estudios sobre memoria resultan primordiales para problematizar los relatos sobre el pasado, asumiendo un uso crítico de los testimonios orales y escritos. Lejos de negar su utilidad, es ese uso crítico el que habilita la posibilidad de encontrar fuentes de información respecto de lo sucedido, sin pretender que los relatos lo expresen de manera transparente.

Esta desnaturalización consiste en reconocer, como elementos relevantes a atender, tanto la distancia temporal entre el momento de los hechos que se narran y el de la enunciación, como la propia subjetividad de quien da testimonio. De ese modo, el contenido de los relatos no debe ser utilizado como un reflejo mecánico de los hechos, sino que se debe considerar que en todas las narraciones se introducen mediaciones, y “es allí que se ubica el relato entre los eventos y el presente para quien habla. Las distorsiones son siempre construcciones de significado” (Portelli, 2004, p. 42). La memoria constituye entonces un espacio de mediación simbólica en el que se elaboran sentidos que se expresan a través del lenguaje (Arfuch, 1992).

Asimismo, Elizabeth Jelin (2002) retoma la paradoja ricoeuriana sobre el pasado: ya ha transcurrido, por lo que no puede cambiarse, pero cada narración lo resignifica. En esa tarea opera la memoria, un trabajo selectivo en tanto momento activo que involucra procesos de significación y resignificación que pone en diálogo a los individuos con el espacio público, debido a que los recuerdos personales están sumidos en narrativas colectivas que, a través de la interacción social, se coconstituyen. La falta de adecuación entre relatos y hechos no es exclusiva de las fuentes orales, ya que, como señala Vera Carnovale, “por sofisticada y rica que parezca, ninguna fuente puede abarcar la totalidad de la experiencia histórica; la información que ofrece es siempre limitada” (2007, p. 158). En cambio, la apelación a los testimonios ofrece una serie de potenciales ventajas: en primer lugar, la posibilidad de que brinden información que no se encuentra en otras fuentes. Este elemento es particularmente relevante para el período en el que se desempeñó la organización Montoneros, ya que durante buena parte de su existencia se mantuvo en la clandestinidad. A su vez, la prensa aparece como una fuente de dudosa confiabilidad en etapas en las que dictaduras militares ejercieron una estricta censura sobre ella (Carnovale, 2007). En todo caso, fuentes escritas y orales deben estar sujetas a prevenciones similares: considerar sus condiciones de producción y no caer en la ilusión positivista de pretender hallar en ellas un reflejo de “lo que realmente sucedió”.

Carnovale (2007) propone también repensar la mediación de la memoria como una potencialidad, ya que la significación que los actores imprimen en sus recuerdos permite acceder al espacio de las subjetividades colectivas y las dinámicas de grupos, de las que, en muchas ocasiones, no quedan registros en los documentos. También para Roberto Pittaluga los testimonios ofrecen una ventaja frente a otras fuentes, basada en la posibilidad de reeditarse y renovarse: “su permanente posibilidad de reformulación –su vitalidad– es lo que hace del testimonio, y con él de los testigos, una fuente irrenunciable de relatos en el proceso de comprender los sucesos del pasado” (2007, p. 147). El hecho de que se reformulen de manera constante es una expresión de lo que venimos afirmando: cada relato sobre el pasado es una construcción selectiva realizada desde un presente que lo condiciona.

Las entrevistas aparecen así como como herramientas útiles para la indagación histórica, pero cuya potencialidad se ve condicionada a las precauciones epistemológicas mencionadas. Es un lugar común afirmar la posibilidad de triangular con otras fuentes (Carnovale, 2007; Traverso, 2007). Esa triangulación es útil cuando se trata de verificar hechos puntuales, pero muchas veces eso no es posible. No se pretende encontrar en un tipo de fuente -el documento escrito- la verdad objetiva frente a la inevitable subjetividad del testimonio, sino complementar modos de acercamiento a un mismo fenómeno cuyas huellas son siempre condicionadas. Es deseable a su vez, a la hora de reponer los testimonios, distinguir cuáles son las categorías que movilizan los propios actores -lo que la antropología denominó categorías nativas- de las categorías analíticas o interpretativas que introducimos desde la investigación.

Es importante incorporar aquí que estamos ante un campo de estudios en el que investigadores y actores entran en diálogo de manera frecuente: los protagonistas también se apropian de categorías analíticas y, al revés, investigadores utilizan categorías nativas, o son ellos mismos sus propios nativos (Visacovsky, 2005); otra situación habitual es que nuevas generaciones de investigadores reproducen matrices interpretativas construidas por ensayistas y académicos que a su vez fueron protagonistas y procesaron de manera diversa la experiencia de la derrota de sus propias cosmovisiones del pasado (Acha, 2012). Situaciones de empatía o directamente identificación con el punto de vista de los actores también son frecuentes, y en ocasiones pueden redundar en un “temor a escribir sobre historias sagradas” (Visacovsky, 2005).

Finalmente, el último elemento vinculado con las memorias que nos interesa reponer es el que las relaciona con el poder y con la identidad. En el primer caso, se debe considerar que el escenario público resulta un campo de disputa permanente para estos relatos y pueden existir múltiples memorias que pugnen, con mayor o menor éxito, por instalar un sentido del pasado. En ocasiones esta distinción puede concebirse entre una memoria oficial y otras subterráneas (Pollak, 2006), o entre memorias fuertes y débiles (Traverso, 2007). Tanto Traverso como Pollak le asignan al Estado un rol predominante a la hora de definir una memoria como fuerte u oficial, frente a las débiles o subterráneas que expresarían la versión de los sectores subalternos. Sin embargo, en ciertos casos no es lineal la hegemonía estatal respecto de una memoria oficial o dominante, ya sea por la presencia de otros factores de poder, porque el Estado no impulsa claramente ninguna de las memorias en pugna, o bien porque al interior del entramado estatal se produce también una disputa entre ellas. Por ello, preferimos hablar de memorias rivales, alternativas, en disputa o enfrentadas (Jelin, 2002; Feld, 2016) antes que reducir las versiones del pasado a dos contendientes en las que se pueda observar claramente la hegemonía de uno sobre otro. A su vez, aunque en ocasiones puede haber dos campos claramente diferenciados y enfrentados en el ámbito de las políticas de la memoria (“negacionistas” y organismos de derechos humanos, por ejemplo), a la hora de narrar el pasado las versiones sobre un fenómeno se vuelven mucho más diversas.

Asimismo, la configuración de memorias tiene una estrecha relación con la constitución identitaria, en tanto sobre ellas se estructuran las identidades sociales y grupales, inscribiéndolas históricamente y dotándolas de un horizonte de sentido y una imagen a futuro (Traverso, 2007). De hecho, Jelin sostiene que memoria e identidad son mutuamente constitutivas, pues “para fijar ciertos parámetros de identidad (nacional, de género, política o de otro tipo) el sujeto selecciona ciertos hitos, ciertas memorias que lo ponen en relación con ‘otros’” (2002, p. 25). En ese sentido, y en vínculo con nuestro objeto de estudio, Rocío Otero (2019) se abocó a analizar cómo la propia organización Montoneros durante la década del setenta constituyó a sus relatos sobre el primer peronismo y la “resistencia” como un elemento central de la construcción identitaria montonera. De manera similar, los relatos de quienes entonces fueron militantes o actores relevantes del proceso político siguen construyendo sentidos sobre aquella experiencia.

En definitiva, en los apartados siguientes abordaremos a la memoria como un trabajo que, lejos de reflejar diáfanamente sucesos del pasado, implica procesos activos de significación y resignificación que relacionan a los individuos con los entramados sociales. A su vez, múltiples memorias rivales sobre un mismo evento pueden entrar en disputa, y, al mismo tiempo, son centrales para procesos de constitución identitaria. Tener en cuenta estos elementos resulta crucial a la hora de pensar las potencialidades y precauciones para abordar los testimonios de los actores políticos como fuentes para la investigación histórica. Al mismo tiempo resultan útiles para revisitar nuevas dimensiones de la experiencia montonera y reflexionar sobre los diferentes modos de nombrarla.

Recordar la experiencia montonera. Más allá de los “grandes relatos”

En 1983, la reapertura democrática prometía condiciones más propicias para iniciar debates que se habían visto constreñidos durante la dictadura cívico-militar. Sin embargo, la producción académica sobre las prácticas militantes de los años setenta fue escasa entre mediados de los ochenta y principios de los noventa. La más importante se vio marcada por una añoranza de la “república perdida” ante actores políticos inmersos en una cultura autoritaria (Pittaluga, 2007). Alejandra Oberti y Roberto Pittaluga (2006) denominaron “estrategia democrática” a esa construcción discursiva1 basada en una revalorización epocal de la democracia en contraposición al autoritarismo. Según Omar Acha (2012), estas perspectivas prosperaron en la postdictadura y formaron parte de una serie de interpretaciones atravesadas por rasgos generacionales comunes, que se concentraron en las prácticas asociadas a la violencia como factor explicativo de la historia política reciente. Ello derivó en la construcción de una “violentología, una discursividad que encuentra en la violencia política la razón fundamental de una época de otro modo desquiciada” (2012, p. 168).

La producción más importante sobre Montoneros en el período fue el libro de Richard Gillespie2 (2011), en el que el autor inglés realizó una detallada reconstrucción de hechos y actores, con la cual numerosos trabajos dialogarían durante las décadas siguientes protagonizando debates académicos sobre la organización. Esta obra se ve marcada por una lectura en la que Montoneros habría virado desde una etapa eminentemente política, hacia otra de militarización, idea que se plasmaría en numerosas producciones posteriores. Daniela Slipak (2015) identifica que los relatos que abordan la historia de la organización en esa clave lo hacen a partir de tres estrategias discursivas: la del “desvío” -identificando un momento, que puede variar según el relato, en el que habría modificado sus prácticas “originales”, vinculadas habitualmente al período de apertura política entre finales de 1972 y 1973-, la teoría del “espejo” -la idea de que la militarización de Montoneros habría correspondido a la imitación de otros actores-, y la del “quiebre” -que hace hincapié en la supuesta distancia entre la dirigencia, habitualmente criticada, y las bases.

Asimismo, a partir de mediados de la década del noventa, comenzaron a proliferar testimonios de militantes que formaron parte de la organización (Pittaluga, 2007). Hernán Confino señala que en los extremos de estas producciones se encuentran relatos épicos y condenatorios, que también se vieron marcados por las estrategias identificadas por Slipak, pero que, sobre todo, se concentraron en explicar su fracaso: así, Confino los agrupa como parte de una “hermenéutica de la derrota” (Confino, 2021). En la última década, se han publicado en sede académica numerosos trabajos sobre la organización que implicaron una novedad, en tanto analizan a sus protagonistas en diversas facetas de la actividad política -institucional, militar, editorial, entre otros- evitando dar por sentada la militarización de la organización como elemento corruptor de un proceso originalmente virtuoso.3 De todas formas, en un acervo bibliográfico sobre Montoneros muy marcado por los relatos estructurados alrededor de significantes clave -entre la “militarización” y el “mesianismo”, o el “heroísmo” y la “revolución”, entre otros- encontramos que, en muchas ocasiones, las fuentes orales introducen elementos cercanos a problemáticas cotidianas o a las limitaciones materiales de la organización que, en general, suelen quedar por fuera de aquellas narrativas. Estos elementos permiten complementar o complejizar algunos de esos “grandes relatos” sobre la experiencia montonera, mayormente vinculados con valores, ideologías y culturas políticas particulares.

El primero de los casos que abordaremos es el testimonio de Aldo Duzdevich, un militante de la organización en la Segunda Sección de la Provincia de Buenos Aires, y fundador de la Juventud Peronista Lealtad, una escisión que, a principios de 1974, en el marco del conflicto de Montoneros con Perón, decidió expresarse en defensa del líder del justicialismo, de su gobierno y del Pacto Social (Garategaray, 2012; Garrido, 2020; Montero, 2008; Slipak, 2013). Duzdevich publicó, en colaboración, un libro reivindicatorio de esta ruptura (Duzdevich et al., 2015), en el que sostiene que uno de los grandes logros de esta fugaz experiencia -antes del fin de ese año se disolvió sin mayores éxitos- fue salvar vidas, ya que pocos de sus militantes fueron asesinados por la posterior dictadura. Al mismo tiempo, afirma que, en ese marco, la alternativa correcta era acatar la conducción de Perón, y que la lectura política de la cúpula montonera se vio modificada a partir de la incorporación de las FAR (Duzdevich et al., 2015), constituyendo este relato parte de la teoría del “desvío” apuntada por Slipak.

Según Duzdevich, las discusiones de la escisión en su búsqueda por diferenciarse de su antiguo espacio político giraban, en parte, alrededor de la posibilidad de los “Montoneros. Soldados de Perón”4 o “Juventud Peronista Lealtad” de abandonar las “actividades armadas”. Sin embargo, entrevistado luego de la publicación de su libro, nos relató:

Abril de 1974. Dijimos que dejamos las armas, qué sé yo…Pero vos tenías toda una estructura de cuadros rentados, de vehículos, de casas alquiladas y de gente que eran clandestinos y no laburaban, que vivían de la guita de la organización. Y cuando te vas de la organización se termina la guita de la organización. Y en la organización lo normal era que la única fuente recaudatoria fuera el secuestro extorsivo. Entonces éstos [sus compañeros de Lealtad] secuestran a un industrial de San Martín… con tanta suerte que la mujer no quiere pagar el rescate. El viejo dice ‘señor guerrillero, lárgueme que yo le pago…’. Y éstos no tenían ni para un sánguche (sic), y lo tenían secuestrado en una quinta que no era de ellos. En un momento, detienen a uno, el tipo se escapa… todos presos. Y ahí se termina la parte del grupo más duro, el grupo militar queda totalmente desarticulado. (comunicación personal, 2016)

Así, la ruptura con Montoneros habría representado para la naciente organización la pérdida de recursos que le permitían funcionar. Sin mayores lugares en el Estado, ni el aporte de afiliados como los que gozaban las organizaciones sindicales, el relato indica que recurrieron a lo que habían sabido hacer previamente para financiarse: secuestros extorsivos.5 Al año siguiente, Montoneros demostraría la relevancia de esta táctica para su financiamiento a través del secuestro de los hermanos Born. No obstante, más allá del cariz tragicómico de la narración -que revela la poca capacidad operativa del grupo- interesa aquí que la anécdota no aparece de este modo en su libro, que pretende dar una disputa por la memoria de Montoneros y, en el mismo acto, por el significado de la disidencia que integraron. La entrevista posterior fue fructífera para repreguntar sobre elementos que no fueron incluidos en el libro, y que, en este caso, vincula los límites materiales de la disidencia con la imposibilidad de diferenciarse en ese terreno de la organización de la que provenían. Al mismo tiempo, lo relaciona con el final de la fracción disidente, ya que poco tiempo después comenzaría su disgregación.6

Algo similar, pero en un sentido que subraya las limitaciones operativas, aparece en una entrevista con Diana7, una militante proveniente de las FAR que, junto a su organización, se integró a Montoneros. Consultada por el conflicto con Perón y el homicidio de Rucci, recuerda que, entre otros actores políticos a los que les asignaban responsabilidades en los hechos sucedidos en Ezeiza, se seleccionó al líder sindical como víctima por motivos prácticos:

Luego de Ezeiza, del 20 de junio… En esa época no estaba la fusión, era FAR y Montoneros por cada lado, se había resuelto que las organizaciones iban a hacer un seguimiento de los principales referentes que tuvieron que ver con la masacre del 20 de junio (...) Y ahí estaban: entre los nombres señalados estaba Rucci, estaba Norma Kennedy, estaba Brito Lima… eran unos cuantos. Bueno, de Rucci finalmente se pudo sistematizar la observación y ahí se resolvió que se lo iba a matar. (Diana, comunicación personal, 2016)

El testimonio de Diana vincula a FAR y Montoneros con un episodio sobre el cual Roberto Perdía (2013) -quien llegó a integrar la Conducción Nacional- ha intentado desligar a la organización: se trataría, entonces, de memorias rivales (Jelin, 2002; Feld, 2016). Por otro lado, son numerosos los testimonios8 que relatan haberse enterado -con sorpresa- que la organización fue responsable del asesinato. Analicemos, por caso, el relato de Mario Testa, quien asumió durante el gobierno de Cámpora el cargo de decano interventor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires:

Pero ahí con la interna de montoneros, que empezó con la muerte de Rucci, cuando matan a Rucci yo estaba en la facultad y viene el secretario académico a decirme, “che, lo mataron a Rucci”, “¿Qué pasó?”, “Pará que voy a averiguar”, y volvió al rato y me dijo “fuimos nosotros” (Testa, comunicación personal, 2008).

Ese “nosotros” contrasta con otros fragmentos de la entrevista. Dice que llegó al cargo por sus “vínculos con Montoneros” pero no se asume como tal. Luego del surgimiento de la JP Lealtad, renunció y se fue del país, “por suerte”, relata. No encontraba lugar donde permanecer, “ni en Montoneros ni en Lealtad”. Igual que la JP Lealtad, dice que no estaba de acuerdo en afirmar las diferencias ideológicas con Perón, aunque las tenía. Pero aparece otra vez un nosotros al referirse a “cuando Perón nos echa de la plaza”, en referencia al 1ero de mayo de 1974. Pero él se encontraba en un tercer lugar, el palco oficial. No salió de la plaza dando la espalda al palco, como sí lo hicieron sus hijos. Retomaremos en el siguiente apartado la cuestión de las pertenencias y adhesiones periféricas a la organización. Destaquemos aquí la aparición, en ciertas entrevistas, de posicionamientos políticos difíciles de ubicar en las grandes coordenadas que la historiografía basada en documentos de las organizaciones permitiría establecer.

Volviendo al episodio de Rucci, el relato de Diana incorpora un dato a atender: el secretario general de la CGT habría sido parte de un listado de posibles “objetivos” confeccionado con un criterio político, y su nombre se habría impuesto por una cuestión práctica, en este caso, la posibilidad de sistematizar su seguimiento. Más allá de los recaudos que hemos mencionado, esta memoria permite acercarnos a ciertas lógicas del período que involucran esta dimensión operativa y sus límites, en relación con un episodio habitualmente leído en clave de la cercanía de Rucci con Perón. En definitiva, permite seguir indagando sobre este asunto en futuras entrevistas.

Como puede verse, los testimonios permiten acceder a dimensiones que no aparecen en otras fuentes, como la necesaria financiación de cualquier actividad política, el rol de los constreñimientos operativos en las decisiones de estos espacios, y posicionamientos “incómodos” o distantes de lo que ciertas disputas permitían encauzar orgánicamente. Así, iluminan facetas del problema de investigación que no se presentarían como tales de no acudir a este tipo de fuentes. Mientras los grandes relatos construidos por la organización o sus detractores, las definiciones ideológicas y coyunturales, los proyectos y sus interpelaciones a otros actores políticos y sociales pueden encontrarse en sus documentos y publicaciones, las entrevistas aparecen como fuentes útiles para abordar no solo memorias en disputa sino también dimensiones de la política que, a priori, aparecen con menos lustre, pero que, no obstante, no merecen ser ignoradas.

Ser o no ser Montoneros. Los límites del espacio político

El significante “Montoneros” parece mantener su potencia simbólica en el debate público argentino. El hecho de que pueda ser utilizado como una reivindicación o como una condena refleja en sí mismo una disputa por la memoria respecto de qué representó la organización en la historia argentina. Pero esa imposibilidad de alcanzar algún tipo de consenso se ve elevada por una dificultad propia del objeto, ya que sus límites resultan difusos: ¿era “Montoneros” solamente una organización guerrillera? ¿o acaso “Montoneros” refiere a todo el espacio político que, incluyendo los “frentes de masas”, se encolumnaban detrás de su bandera en las movilizaciones? Creadas casi todas en 1973, las también llamadas “agrupaciones de superficie” permitieron a la organización transitar un momento que los propios actores calificaron de “engorde”, por su crecimiento cuantitativo, y al mismo tiempo poder mostrar que, en el marco de la participación en el gobierno de Cámpora, había propuestas específicas y sectoriales para ser impulsadas en función de un proyecto de país que aparecía a largo plazo como meta de la “guerra popular prolongada”.

Al mismo tiempo, la estigmatización o condena que desde ciertas construcciones memoriales se hace pesar sobre la experiencia montonera genera que ciertos actores hagan uso de esos límites difusos para desentenderse de su participación. Un ejemplo es el de Patricia Bullrich, política en actividad, quien, consultada en televisión sobre si fue montonera, contestó directamente: “No, yo fui de la JP”9 (Bullrich, 2017). Sin embargo, según las investigaciones de Daniela Slipak (2018) y Hernán Confino (2021), Bullrich formaba parte del grupo del Movimiento Peronista Montonero, encabezado por Rodolfo Galimberti y Juan Gelman, que luego fundaría la escisión del Peronismo Montonero Auténtico: es decir, un espacio que no sólo se reivindicaba montonero, sino que le disputaba la autenticidad identitaria del “montonerismo” a la Conducción Nacional.

No obstante, que Bullrich “mienta” o diga “la verdad” respecto de los hechos, es decir, si participó o no en la organización, nos interesa menos que el análisis que pueda realizarse sobre cómo se sitúa su relato en los trabajos de la memoria social. Puede ser cierto que prefiera hoy identificar su pasado como perteneciente a la JP. Pero no es menos cierto su pasaje por Montoneros. Esa construcción discursiva se explica por un presente en el que se inscribe, siendo Patricia Bullrich una exponente de quienes hoy condenan in totum la experiencia de la organización. Cierta negación de su pasado montonero, o un uso político del mismo, puede ser atribuible a la conveniencia discursiva en el marco de su militancia actual en la derecha argentina: que en las disputas por la construcción del sentido del pasado “setentista” exista una franja de la opinión pública que busca vedar toda posible reivindicación de la organización, abona a construir en el relato de la dirigente una imagen de exterioridad hacia la misma y la afirmación de una identidad diferente. De manera similar a la “estrategia democrática”, el relato de Bullrich (2017) equipara ese pasado a una violencia condenable y lo erige como contracara de la apertura representada por la posdictadura.

La intención de vetar posibles reivindicaciones del accionar montonero también se refleja en la polémica y el rechazo que suscitó en diversos medios y figuras públicas la intervención de Fernando Vaca Narvaja (2022), integrante de la última Conducción Nacional, reivindicando varios aspectos de la experiencia de la organización -incluyendo la Contraofensiva-. A pesar de que formó parte de un ciclo de entrevistas por el que pasaron diversos actores de la política argentina, ninguna tuvo la repercusión que generaron sus declaraciones, una muestra más de que Montoneros sigue siendo un tema relevante en el debate público argentino contemporáneo.10

De todas formas, así como los límites difusos del espacio político que efectivamente conducía Montoneros pueden resultar un problema a la hora de reponer relatos, también en los testimonios de los actores se pueden encontrar reflexiones al respecto. Entrevistado por uno de los autores de este artículo, Marcelo Langieri (comunicación personal, 2021), militante montonero que también iba a adherir a la escisión del Peronismo Montonero Auténtico, marca al mismo tiempo una diferenciación y una articulación entre la organización y los “frentes de masas”: “Había conciencia de la necesidad de fortalecer tanto la organización político-militar como el desarrollo de los frentes de masas, y esa articulación se daba a través de compañeros con pertenencia en ambos ámbitos”. Sin embargo, a continuación complejiza el análisis al incorporar la dimensión identitaria:

Distingamos entre un espacio organizativo y un espacio político. La identidad montonera estaba en todos los ámbitos. Sin embargo, el encuadramiento en la organización no necesariamente estaba en todos los militantes. Es complejo porque hay un problema de identidad. Ese espacio se identificaba como Montonero, sin embargo, no necesariamente el encuadramiento estricto era dentro de las estructuras de la organización. Esa sería la diferencia que en términos prácticos era clara, quizás en términos de su formulación resulte un poco más compleja. (Langieri, 2021)

Si bien no termina de resolver la cuestión sobre los límites del espacio político, sí propone una diferenciación entre la organización y sus frentes, mediada por actores integrados en ambos espacios. No obstante, el último reparo -la distinción entre la claridad en la práctica y la complejidad de la formulación- repone nuevamente la distancia entre los hechos y la construcción de memorias, necesariamente mediada por el lenguaje.

Sin embargo, finalmente, regresa la ambigüedad respecto del término “montonero”, cuando se refiere a su base social:

no necesariamente cada integrante de esa base social era un integrante de la organización político militar, ni tenía un encuadramiento político militar, ahora de alguna manera… de alguna manera era montonero, porque aplicaba una línea política (…) Es un espacio político montonero. (Langieri, 2021)

Así, volvemos al punto de origen: existía una organización político-militar -Montoneros- con encuadramientos claros y definidos, pero al mismo tiempo existía un espacio político más amplio, que incluía a los “frentes de masas”, cuyas direcciones podían ser miembros de la organización Montoneros, pero no siempre sus bases. Por otro lado, la actitud frentista no se agotaba en el funcionamiento de esos espacios. Un sinnúmero de grupos y figuras individuales afines a la organización, intelectuales, revistas, sacerdotes tercermundistas, agrupaciones universitarias y sindicales, entre muchas otras expresiones sectoriales, podían sentirse hermanadas con FAR y Montoneros (“son nuestros compañeros”, según indicaba el cántico), o incluso ubicarse bajo “paraguas” nominativos más o menos difusos como el de “tendencia revolucionaria”, asumirse como “periféricos” o como parte de una “Juventud Peronista” (y no necesariamente aquella formalizada en las “Regionales”). Este conjunto militante se vuelve más difícil de asir: la conducción de la organización sobre los “frentes de masas” contaba con canales más orgánicos que sobre los otros. Lo primero quedó claramente escenificado cuando Montoneros anunció su regreso a la clandestinidad en septiembre de 1974, en una conferencia protagonizada por Firmenich, de la conducción montonera, con los responsables de los distintos frentes sentados a su lado (“Montoneros pasó a la resistencia activa”, 1974).

Estos interrogantes se explican principalmente por la propia historia de la organización, que pasó de operar en la clandestinidad guerrillera a liderar numerosos frentes de masas que desplegaban actividades políticas territoriales e institucionales en diversos ámbitos, para retomar una segunda clandestinidad en pleno gobierno peronista. A su vez, las reestructuraciones organizativas alimentan esta confusión, ya que a partir de 1976, momento en que su diagnóstico señalaba el agotamiento del peronismo, todas las instancias que reconocían a la Conducción Nacional pasaron a ostentar dicho significante: el Partido Montonero, el Ejército Montonero y el Movimiento Montonero11 (Confino, 2021, p. 52).

La participación de Montoneros, sus frentes de masas (en particular la Juventud Universitaria Peronista) -pero también de ese subconjunto más amplio de adherentes- en la intervención de las universidades nacionales sucedida durante el gobierno de Cámpora, constituye un punto posible donde observar la cuestión. Un testimonio de una exmilitante montonera, en este caso reivindicatorio, se asemeja a las primeras palabras de Langieri y da cuenta de un límite más marcado entre “ser montonero” y “ser JP”. Al referirse a un funcionario universitario afirma: “era Juventud Peronista, no había llegado a ser Montonero” (Gagneten, comunicación personal, 2013). Cuando le preguntamos qué implicaba esa diferencia, amplía:

Él era profesor de ingeniería química. Muy venerado. […]. El mejor profesor, amado por su gente. Entonces ahí es esto que te decía antes. Ellos [la conducción de la organización] deciden que no necesariamente sea montonero […] sino que sea un tipo tan querido y que sea Juventud Peronista sin haber ido a más, que les de suficiente confianza para decir “vamos que va”. Pero al lado le metían un vigilante.

La idea de “vigilante” remite a otra más usual en la terminología militante: “comisario político”. En la diferencia entre ser JP o montonero hay una valoración de grado, siguiendo el testimonio, y al designar a alguien no encuadrado orgánicamente, se asume que era necesario cierto control político.

La idea de “universidad montonera” aparece en algunos testimonios, ya sean condenatorios o apologéticos.12 En términos factuales resulta simplificadora, en tanto se trató de un espacio más amplio y más heterogéneo el que protagonizó un proyecto de reforma universitaria entre 1973 y 1974 (Friedemann, 2021). Pero como trabajo de la memoria puede ser descifrado en cada caso. Es cierto que Montoneros pudo mostrarse como hegemón de un conjunto más amplio, y ello en buena parte, en el caso universitario, por haber podido conducir con éxito a la Juventud Universitaria Peronista13, creada en abril de 1973. Pero la mirada puesta en las diferentes unidades académicas muestra la participación de grupos y espacios más o menos cercanos a las ideas de esa organización y también de otras que se diferenciaron de ella.

La no participación orgánica en Montoneros pero con pertenencia periférica como “JP” es afirmada también por Adriana Puiggrós, nombrada decana normalizadora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA a comienzos de 1974, luego de oficiar como directora del departamento de Educación. Ella también afirma haber tenido a su lado a una representante de la organización o jefa política, Ana María Caruso, como “conducción política de la universidad” (Puiggrós, 2009). Pero sus diferencias con Montoneros son acentuadas en los relatos sobre el pasado, ya que su negativa a integrar la organización le valió de dificultades familiares. Primero, por un desacuerdo con su hermano Sergio (ambos militantes del MRP) respecto de si integrarse o no a Montoneros. Pero sobre todo luego de su muerte, como oficial montonero, en combate con las fuerzas de seguridad, y con el ingreso posterior de Rodolfo Puiggrós, su padre, al Movimiento Peronista Montonero (Puiggrós, 2010).

Respecto del control político o conducción centralizada de las políticas universitarias, esta no debería sobreestimarse. Guillermo Gutiérrez, ex integrante de las Cátedras Nacionales, director de la revista Antropología 3er Mundo, y director interventor del departamento de Antropología en la misma facultad que Adriana Puiggrós, afirma que no había nadie de la “conducción política” ni de Montoneros que le sugiriese lo que había que hacer (Gutiérrez, comunicación personal, 2010).

Retomemos entonces la tensión entre la tríada “espacio organizativo”, “espacio político” y “base social” delineada por Langieri. El esquema teórico da cuenta de una operación conceptual propuesta por el exmilitante montonero, actualmente sociólogo, que da testimonio desde un presente en el que se desempeña como profesor universitario. Se interesa como profesional de un pasado que a su vez recupera como militante. Los problemas que hoy puede calificar como identitarios -respecto de la relación entre organización y frente de masa- son observados desde un presente, y no podemos omitir esa distancia temporal y subjetiva. Fue protagonista de la experiencia y construye sentidos sobre ese pasado.

La cuestión de las pertenencias difusas puede ser observada también en el momento en que los hechos sucedieron. Se trata de fuentes alternativas, situadas en temporalidades diferentes que no deberían ser emparentadas. Veamos un ejemplo. En febrero de 1974, cuando Ernesto Villanueva ocupaba el cargo de rector de la UBA, un medio de prensa lo interpelaba respecto de su pertenencia a la “tendencia revolucionaria”. La respuesta no fue negativa ni afirmativa, sino que acudió a otra categoría:

Mi extracción es de Juventud Peronista, es más que público. Hay interventores que son del mismo origen y otros que no. La política que hemos tratado de implementar es estrictamente justicialista: alianzas con los demás sectores (…). He sido un militante de la Juventud Peronista hasta el 25 de mayo. (“Sobre la universidad habló el Lic. Villanueva”,1974, p. 7)

En testimonios actuales Villanueva reconoce haber sido un militante montonero mientras era funcionario universitario. Pero la prensa lo ubicaba como parte de “la tendencia”, y él como “Juventud Peronista”, aunque situando el final de su militancia el 25 de mayo, cuando pasó a ser funcionario (en rigor, lo hizo unos días más tarde). Montonero, JP o tendencia, tres significantes que en este caso particular podrían pretender sustituirse para nombrar una misma pertenencia política.

Cuando Mario Kestelboim asumió como decano interventor de la Facultad de Derecho, el auditorio cantó: “a la lata al latero, tenemos un decano, un decano montonero” (“Delegados interventores en Derecho y en Farmacia”, 1973, p.13). Pero Kestelboim dice que “era el decano montonero, no habiendo sido nunca montonero” (comunicación personal, 2013). No es un contrasentido, sino dos maneras de abordar las adhesiones y pertenencias políticas. Kestelboim decide renunciar luego de la conferencia de prensa mencionada más arriba, en la que Montoneros anuncia el pase a la clandestinidad con presencia de la JUP, asumiendo de algún modo una subordinación del frente de masas a las necesidades de la organización. Un documento de prensa de la época reproduce el comunicado donde hacía pública su renuncia:

Hoy, una de las corrientes principales que ha sostenido mi gestión, la Juventud Universitaria Peronista (JUP), ha reconocido como conducción política a la organización Montoneros. Sería inexacto señalar que para mí eso es una novedad; sin embargo lo que es nuevo es que dicha organización le haya declarado la guerra al gobierno (…). De ahí que no pueda seguir recibiendo en silencio su apoyo para mi gestión (…). Me niego a ser instrumento de esa política. (“Renunció el decano de Derecho”, 1974, pp. 1 y 9)

El conocimiento de ese escrito nos permite repreguntar, construyendo un diálogo en un presente distante que recupera un testimonio del pasado. “¿Por qué mantenerse en el cargo implicaba ser instrumento de la JUP-Montoneros?”

Era una actitud de desvinculación pública de mi persona. Yo tenía la necesidad personal de no seguir funcionado en un sector que era públicamente reconocido como Montoneros. Yo era el decano montonero, no habiendo sido nunca montonero. Hasta ese momento no tenía la necesidad de salir a decir “yo no soy montonero”, ¿cómo lo hacía eso? Tenía que tener una actividad consecuente con esa postura, con esa ubicación. No quería parecer que estaba de acuerdo con lo que no estaba de acuerdo. Políticamente tenía que diferenciarme de quienes parecían mis mandantes (Kestelboim, 2013).

El decano había asumido como propia la posición política de la JUP, que, sabía, estaba subordinada a Montoneros. No tuvo motivo para negar esa adhesión política mientras duró su decanato. No renunciaba sólo al cargo de decano, sino también a la subsunción en el plano del discurso a una organización hegemónica de la que él no formaba parte pero a cuya acción hasta entonces adhería.

Como puede verse, la afirmación de una diferencia entre “ser JP” y “ser montonero” puede deberse a motivos organizativos, políticos y/o identitarios, y como tales constituyen también un asunto de la memoria. Sin embargo, los testimonios revisados nos invitan a cuestionarnos si resultan satisfactorias las categorías propuestas por los actores, y, a su vez, qué otros modos tenemos de nombrar esos espacios más o menos alejados del núcleo orgánico de la organización político-militar, pero conducidos por ella. La categoría analítica de izquierda peronista (Friedemann, 2021) puede resultar útil para nombrar a un conjunto heterogéneo más amplio de expresiones político-intelectuales, donde Montoneros resultó la organización más importante pero no la única y, además, no lograba conducir a la totalidad de actores de ese espacio. En este caso, abordamos un universo conceptual más restringido, pero sin llegar a reducir el foco únicamente a quienes efectivamente fueron reconocidos como militantes “orgánicos” de Montoneros por sus pares y por la conducción. En otros términos: ¿Cómo nombrar ese espacio que es más amplio que la organización Montoneros pero que ella logró conducir con relativo éxito, durante un plazo más o menos extendido? ¿Cómo nombrar a ese conjunto que incluye a Montoneros, sus frentes de masas, fracciones de la Juventud Peronista que no se distanciaron de la línea montonera y a aquellos grupos e individuos “periféricos” que asumieron esa conducción política? La ya mencionada categoría de “tendencia revolucionaria” no soluciona nuestro interrogante porque analíticamente suele incluirse allí a la “alternativa independiente” propuesta por ciertas fracciones de las Fuerzas Armadas Peronistas y el Peronismo de Base (González Canosa & Stavale, 2021; Tocho, 2020; Stavale, 2018), que no se dejaron conducir por Montoneros; mientras que en tanto categoría nativa, no contamos con una definición precisa desde la cual movernos y los usos resultan variables. De hecho, en ocasiones la propia organización buscó alejarse de la nominación de “tendencia”, evitando limitar su representación a un sector acotado del movimiento peronista (“La renuncia de Galimberti…”, 1973; Codesido, 2023).

Una serie de autores (Confino, 2021; Pacheco, 2013; Salas, 2007) utilizan la categoría “montonerismo”14 para definir el espacio que Montoneros inauguró en 1976, como consecuencia del diagnóstico consistente en que el peronismo debía ser reemplazado por un movimiento que contuviera los que consideraba sus elementos más virtuosos, pero que al mismo tiempo superara sus contradicciones. La conducción de un espacio que ahora buscaba distinguirse abiertamente del peronismo daba nacimiento a ese montonerismo; sin embargo, pasado el tiempo, y desde el análisis histórico nos preguntamos si no es útil repensar nominaciones que pudieran dar cuenta del espacio conducido por Montoneros, en el período previo, como un espacio analíticamente delimitable dentro -¿y quizás también fuera?- del peronismo. Lejos de agotar el debate, el presente artículo se propone alimentarlo, enfocado en una pregunta que gira alrededor de un significante a la vez potente y “maldito”: ¿quiénes fueron montoneros?

Reflexiones finales

El argumento que hemos tratado de exponer podría resumirse en la siguiente fórmula: repensar los testimonios sobre Montoneros nos permite reflexionar sobre la organización misma. En ese sentido, las memorias montoneras -y sobre Montoneros- no fueron tratadas como el reflejo fiel de sucesos de antaño, sino como relatos mediados por trabajos de la memoria en los que se ven involucradas resignificaciones que ubican a los protagonistas en forma situada, y relacionan los recuerdos individuales con las memorias sociales. De ese modo, observamos memorias comunes o rivales que, en ocasiones, se vinculan con la construcción de identidades. Al mismo tiempo, iluminan dimensiones relevantes para el análisis histórico, no siempre observables en otro tipo de fuentes.

Esta aproximación epistemológica nos permitió desnaturalizar los relatos de los actores, apreciando sus potencialidades y atendiendo a ciertos recaudos cuando se apela a ellos como fuentes. El abordaje de la entrevista a Aldo Duzdevich introdujo elementos novedosos respecto de su propio testimonio en un libro que constituía un alegato en favor de “la Lealtad”: se pudo profundizar en límites materiales que impidieron a los disidentes diferenciarse en sus prácticas de la organización de la que se habían alejado. Al mismo tiempo, la entrevista a Diana mostró la tensión entre memorias rivales, pero, sobre todo, nos permitió apreciar el rol que le otorga su relato a la dimensión operativa en la toma de una decisión política trascendente.

A continuación, reflexionamos sobre el significante “Montoneros” y los límites del espacio político que conducía la organización. Encontramos que la existencia de memorias rivales en el debate público actual incentiva que esos límites aparezcan difusos en los relatos, elemento propicio para quienes prefieren desligar su figura de la experiencia montonera, como podría ser el caso de Bullrich. Al mismo tiempo, el testimonio de Langieri nos permitió una aproximación a la dimensión identitaria, al tiempo que reveló las marcas del paso del tiempo y la distancia existente entre la práctica y la teoría para abordar estos límites. En ambos casos se observan vínculos entre los trabajos de la memoria y la resignificación identitaria. El abordaje de la cuestión universitaria en un contexto de hegemonía de la organización Montoneros permitió visualizar particulares tensiones entre las pertenencias o adhesiones de militantes políticos devenidos en funcionarios. En ese sentido, creemos que resulta pertinente la reflexión sobre categorías analíticas para nominar ese espacio conducido por Montoneros, más amplio que la organización político-militar, pero más acotado que la amplia y heterogénea izquierda peronista.

En definitiva, la reflexión sobre estos testimonios nos permitió repensar una serie de dimensiones de una organización que no cesa de generar debates en el espacio público. La aproximación a la historia reciente desde el campo de estudios sobre memoria nos muestra que la disputa sobre el contenido del significante Montoneros permanece vivazmente irresuelta.

Entrevistas

Bullrich, P. (2017). Entrevista realizada por Mirtha Legrand. https://youtu.be/Obw4SqxA_cI

Diana (2016). Comunicación personal con Pablo Garrido y Facundo Castro.

Duzdevich, A. (11 de mayo de 2016). Comunicación personal con Pablo Garrido y Facundo Castro.

Gagneten, M. (13 de junio de 2013). Comunicación personal con Sergio Friedemann.

Gutiérrez, G. (2 de noviembre de 2010). Comunicación personal con Sergio Friedemann.

Halperín Donghi, T. (2008) Entrevista realizada por M. Canavese e I. Costa, Revisa Ñ, suplemento del diario Clarín, sábado 23 de febrero de 2008. http://edant.revistaenie.clarin.com/notas/2008/02/23/01613060.html

Jauretche, E. (julio de 2021). Comunicación personal con Pablo Garrido y Nicolás Codesido.

Kestelboim, M. (15 de julio de 2013). Comunicación personal con Sergio Friedemann.

Langieri, M. (noviembre de 2021). Comunicación personal con Pablo Garrido.

Ludmer, J. (2008). Entrevista en “La ‘compañera profesora’ de la universidad montonera”. Clarín, 6 de enero de 2013. https://www.clarin.com/sociedad/companera-profesora-universidad-montonera_0_HyxeGX3iPXx.html

Puiggrós, A. (2009). Entrevista realizada por N. Arata, M. L. Ayuso y G. Díaz Villa. En Arata, N., et al (coords.), La trama común. Memorias sobre la carrera de Ciencias de la Educación, Facultad de Filosofía y Letras, p. 202-203

Testa, M. (16 de julio de 2008). Comunicación personal con Sergio Friedemann

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Notas

1 Entre sus exponentes se destacan los trabajos de Hilb y Lutzky (1984) y María Matilde Ollier (1986).
2 La primera edición en español es de 1987 y tuvo por título original “Soldados de Perón. Los Montoneros”.
3 No pretendemos reconstruir acabadamente la vasta bibliografía sobre Montoneros. Estados del arte actualizados pueden encontrarse en Confino (2021) y González Canosa y Stavale (2021).
4 Así firmó la escisión su primera solicitada.
5 El relato coincide con el secuestro de Oscar Balestieri, reflejado en la prensa del período (Pozzoni, 2013).
6 Otra entrevista con Ernesto Jauretche (comunicación personal, 2021) reveló complicaciones similares para la escisión que protagonizó en 1980, Montoneros 17 de octubre, junto a Miguel Bonasso, que intentó infructuosamente que los líderes de Montoneros le reconocieran a los disidentes una “cuotaparte” del rescate obtenido de los Born.
7 Se ha modificado el nombre de la entrevistada para resguardar su identidad.
8 Una pertinente recopilación de estos relatos puede encontrarse en Duzdevich et al. (2015)
9 Su testimonio continúa con una condena sobre la violencia política que, admite, la JP reivindicaba (Bullrich, 2017)
10 La lista de entrevistados que pasaron por el ciclo de Youtube El Método Rebord incluye, por caso, una intervención de Carlos Corach, exministro del Interior, en la que reivindica la intervención del gobierno menemista ante el atentado a la AMIA. Sobre la polémica desatada por las declaraciones de Vaca Narvaja se puede consultar la siguiente entrevista a Hernán Confino: https://primera-linea.com.ar/2022/08/13/contraofensiva-coherente-montoneros/
11 Posteriormente sería rebautizado como Movimiento Peronista Montonero.
12 Por nombrar dos, Tulio Halperín Donghi afirmó que “no tenía nada que hacer en una universidad montonera” (Canavese & Costa, 2008), mientras que Josefina Ludmer la mencionó como una trayectoria formativa: “Para mí, el paso por la universidad montonera […] fue muy importante.” (“La compañera profesora…”, Clarín, 2008)
13 Al menos en la Universidad de Buenos Aires. Los resultados obtenidos a la hora de intentar conducir con éxito los frentes de masas deben ser analizados en cada caso particular y según las diferentes regionales.
14 Puede rastrearse, a su vez, el uso nativo de la categoría: la Conducción Nacional de Montoneros afirmaba en abril de 1976 que “la palabra peronismo resulta insuficiente para definir la expresión política del nuevo movimiento”. En cambio, sostenía: “el nombre de la nueva expresión popular será Montonerismo” (Montoneros Conducción Nacional, p.9)

Recepción: 11 Mayo 2023

Aprobación: 28 Mayo 2023

Publicación: 01 Junio 2023

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